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Morsamor se repuso de su doloroso desfallecimiento, hizo abrir la puerta, que ya empezaba a arder, y con heroica furia se abalanzó contra los sitiadores. Aunque Morsamor parecía invulnerable y aunque los cincuenta hombres que permanecían vivos bajo su mando eran diestros y prodigiosamente valerosos, todos sin duda iban a perecer allí peleando contra un ejército. No peleaban por la victoria.

Fue un choque magnético que hizo arder súbito toda la alegría de su corazón infantil. Los tertulios la llamaron, trataron de retenerla; pero ella, obedeciendo la orden de su madrina, siguió hasta el gabinete. Pocos momentos después se oyó la voz áspera de Quiñones. ¿No está el conde de Onís por ahí? ¿Cómo no entra?

Mis ojos deben arder entonces, como los suyos, con una llama funesta; como los de Amón cuando se fijaban en Tamar; como los del príncipe de Siquén cuando se fijaban en Dina. Al mirarnos así, hasta de Dios me olvido. La imagen de ella se levanta en el fondo de mi espíritu, vencedora de todo.

Está usted de enhorabuena, compadre, ¿Ve usted el tiempo que Isabel y yo nos queremos? Pues todavía no he recibido carta suya. El genio de la intriga volvió a arder en espíritu. Me propuse proseguir al día siguiente la que tenía comenzada.

No, hijo: no traigo fuego ni hace falta, que bastante achicharradito estás aquí. Te estás quedando más seco que un bacalao. Micor... quierer seco... y arder como paixa. En paja te convertirías si yo te dejara. Pero no te dejo, y ahora vas a comer y beber de lo que traigo en mi cesta. no comier... ser squieleto».

Sentía agradecimiento al recordar la paciencia con que le había enseñado a leer y escribir, cómo le había dado las primeras lecciones de inglés y cómo le inculcó las más nobles aspiraciones de su alma; aquel amor a la humanidad en que parecía arder el maestro.

Un anochecer, después de la cena, el tío Correa, sentado en el suelo, contemplaba su plato de metal ya vacio, dando chupadas al mismo tiempo á un cigarro que se resistía á arder. Su camisa entreabierta dejaba á la vista la desnudez de un pecho cubierto de espesa pelambrera gris.

Entraba en discusiones que le volvían loco, y me permitía apreciaciones que a menudo chocaban y herían sus más caras opiniones. Contrariarle, fastidiarle, rebatirle sus ideas, sus gustos y sus afirmaciones, era para mi un placer inmenso. Me hizo arder la sangre y me avivaba el ingenio.

¡Ya lo sabía yo! dijo entre dientes y mascando una imprecación Miranda. Su madre se ha muerto.... Bien lo has oído hoy. Es altamente indecoroso, altamente ridículo pronunció Miranda, cuya voz crepitaba como los sarmientos al arder , que una señora escriba así, sin más ni más, a un hombre.... Al señor de Artegui le debo obligaciones y favores dijo Lucía que me obligaban a interesarme en sus penas.

, pobre niño, ¿qué puedes saber?... ¿qué convicciones puedes tener? No sabes otra cosa más que las falsedades leídas en cuatro libros que debieran arder en llamas alimentadas con los huesos de sus autores. A cada palabra se hundía más Lázaro. ¿Será posible dijo con desconsuelo, que usted me pueda arrancar mis creencias, que yo he alimentado con tanto cariño y que me dan la vida?