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Actualizado: 4 de junio de 2025
¡Juan! murmuró Lucía, poniéndose más blanca que las camelias. ¿Juan Jerez? dijo Sol alegrándosele el rostro, y acabando apresuradamente de sujetarse las trenzas. Lucía, en pie y ceñuda, y con los ojos puestos sobre Sol, a quien turbaba aquel silencio, aguardó apoyada en la silla de hierro, a Juan que, reparando apenas en Sol, venía hacía su prima con las manos tendidas.
La noble poetisa mostró un entusiasmo ruidoso al verle en sus salones. Apartando á los otros invitados, salió á su encuentro y le estrechó ambas manos á la vez. Luego, apoyada en su brazo, lo fué llevando entre los grupos para hacer la presentación. Le acariciaba con los ojos, como si fuese el principal atractivo de su fiesta; parecía sentir orgullo al mostrarlo á sus amigas.
Pasó toda la mañana con el codo en una mesa y la mandíbula apoyada en la mano, lo mismo que el día anterior, dejando que las horas se desgranasen lentamente, no queriendo oir el sordo rodar de los vehículos que se llevaban las muestras de su opulencia. Cerca de mediodía le anunció el conserje que un oficial llegado una hora antes en automóvil deseaba verle.
Yo querría no haber tenido otro talento que romper piedras por las calles... ¡Sería más dichosa!... ¡Mis talentos! ¿y habré pasado el mejor tiempo de mi vida en adornar con ellos á otra mujer, para que sea más bella, más adorada y más insolente aún?... Y cuando lo más puro de mi sangre, haya pasado á las venas de esa muñeca, ella saldrá de aquí apoyada en el brazo de un esposo feliz á tomar parte en las más bellas fiestas de la vida, en tanto que yo, sola, vieja y abandonada iré á morir en algún rincón, con una pensión de doncella... ¿Qué es lo que he hecho al Cielo para merecer este destino?
La joven bajó la cabeza, se levantó lentamente y, apoyada en el brazo de una señora que parecía de su intimidad, siguió el cortejo y asistió con valor a toda la ceremonia, hasta la inhumación en el panteón de familia. No la volví a ver. Me dijeron que estaba enferma y que había tenido que acostarse.
Algo de ello ha visto ya el lector en uno de los anteriores capítulos; pero no fué más que una muestra insignificante; porque el depósito de monerías de Octavio era inagotable. Unas veces pedía el pañuelo á su novia y se lo devolvía al día siguiente, después de haber dormido con la cabeza apoyada en él.
Tan embebecido iba Miguel en sus pensamientos, los cuales le mortificaban más de lo que nunca imaginara, que al pasar por la calle del Príncipe no vio dos bultos echados en la acera hasta que tropezó con ellos. Eran dos niños, el menor de los cuales dormía o descansaba con la cabeza apoyada en las rodillas del mayor. El frío era intenso.
Se dejan ver algunas religiosas en el locutorio; la puerta que está al lado de la reja se abre, y aparece LEONOR apoyada del brazo de JIMENA; las rodean algunos sacerdotes y religiosas LEONOR. ¡Jimena! JIMENA. Al fin abandonas a tu amiga. LEONOR. Quiera el cielo hacerte a ti más feliz, tanto como yo deseo. JIMENA. ¿Por qué obstinarte?
Le aseguro, Mabel, que si nuestra amistad no estuviese apoyada sobre bases tan bien definidas, me permitiría representar el papel de amante. Usted sabe que yo... Vamos, déjese de necedades interrumpió, levantando su pequeño dedo con fingida reprobación. Recuerde lo que dijo ayer. Dije lo que pensaba y tengo intención de hacer. Y lo mismo hice yo.
Decidió, sin embargo, esperarle allí, apoyada en la esquina; pero le daba tanto miedo... Parecíale que iba á salir por la reja cercana una gran mano negra, que la cogería llevándosela dentro: ¡qué horror! De repente sintió al extremo de la calle fuerte ruido de voces.
Palabra del Dia
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