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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Una cólera homicida se apoderó de él. ¡Ah, no! ¡No seguiría allí! Esto sólo podían resistirlo aquellos muchachos de la banda, a los que indudablemente habría escondido ella otras veces de igual modo. Iba a salir, aunque tuviese que matar al imbécil.
Y, al mismo tiempo que hablaba, se apoderó de la mano lívida que colgaba y trató de levantarla. Su marido, más sensible, se había ocultado el rostro entre las manos y lloraba. El doctor no se dejó llevar por la emoción.
Entonces, como un ratón que acecha el momento oportuno, salió furtivamente de su rincón, se apoderó de aquel objeto y volvió dando traspiés hasta su cama, alzando los hombros como para ocultar su hurto. Tenía una intención decidida en lo que concernía al uso de las tijeras.
Me apodero de ella, la tomo, la aprieto. ¡Pobre criatura! ¡pobre criatura! Y de repente, me siento presa... de un «santo ardor» diría, si quisiera ser patético... En fin, en medio de mi aflicción, encuentro palabras hermosas, cálidas, para tranquilizarla. Mira, Yolanda le digo; tú eres ahora mi mujer. Lo que está hecho, está hecho, y tú misma lo has querido así.
Clara le miró con asombro unos instantes y luego se encogió de hombros. El marquesito vino gozoso a traerle una linda flor de un azul muy vivo. ¡Esta sí que es hermosa! Hasta ahora no he hallado otra mejor. Clara tomó la flor, pero en cuanto el marquesito volvió la espalda para ir en busca de otras, Tristán se apoderó de ella y la dejó caer al suelo.
Hacia las nueve, el frío se apoderó de ella y propuso volver al hotel. «Decididamente, dijo, quiero morir aquí; por lo menos estaré tranquila.» Pero después pensó que el Vesubio no había dicho aún su última palabra y que podría depositar una sábana de fuego sobre su tumba. Entonces habló de volver a París y se acostó con unos escalofríos que no presagiaban nada bueno. La viuda cenó a su lado.
Cecilia se acercó a él con paso firme y le alargó la mano con la misma plácida sonrisa de siempre. ¿Cómo te va, Gonzalo? Parecía que le había visto el día anterior, y que nada de particular había sucedido. Sólo su tez estaba un poco más pálida. Tal confusión se apoderó del joven, que no pudo contestar a esta sencilla pregunta sin balbucir.
Tú eres Sherlock Holmes...» Una manía de borracho que a última hora se apoderó de mí. Y luego empecé a aporrear la puerta vecina, la del misterio, pugnando por abrirla. Se me había metido en la cabeza que el amigo Holmes llevaba oculta en este camarote a una princesa rusa que viaja de incógnito y va a casarse con un jefe de tribu del Gran Chaco. Fantasías del alcohol, querido Ojeda.
Honorina pareció sumirse en una profunda reflexión y ocultó el rostro entre sus manos. El duque se apoderó de ellas poniendo fin así a aquel eclipse de belleza. La señora Chermidy le miró fijamente, sonrió con melancolía y le dijo: Perdóneme usted, señor duque, y olvidemos nuestros castillos en el aire. Nos extraviábamos en el porvenir como dos niños en el bosque.
Semejante aviso me pareció absurdo y me hizo dudar de todo. »Sin embargo, para no tener nada que reprocharme, envié a buscar a mi esposo. A pesar de ser ya más de media noche, el Conde estaba fuera todavía. Ordené que me llamasen a su vuelta. Pero el Conde no regresó al castillo en toda la noche. »La inquietud se apoderó de mí, y apenas amaneció hice que fueran en su busca.
Palabra del Dia
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