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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Tal vez estaba ya en París, y en medio de los ruidos del bulevar, en un teatro o en una fiesta, su imaginación se apartaba de lo inmediato para seguir con angustia la marcha de un buque que sólo conocía de nombre. ¡Ay, si ella supiese! ¡Si ella pudiese ver!... Se analizaba Ojeda con una minuciosidad cruel. No era digno de la dicha que había acompañado los mejores años de su existencia.
La criatura, que no apartaba sus ojos rientes de Nébel, le dijo ¡sí! en pleno rostro, puesto que a él debía su respuesta. Muy bien: entonces hasta el lunes, Nébel. Nébel objetó: ¿No me permitiría venir esta noche? Hoy es un día extraordinario... ¡Bueno! ¡Esta noche también! Acompáñalo, Lidia.
El lecho de Celinina, con la tierna persona agobiada en él por la fiebre y los dolores, no se apartaba de su imaginación. Atento á lo que pudiera contribuir á regocijar el espíritu de la niña, todas las noches, cuando regresaba á la casa, le traía algún regalito de Pascua, variando siempre de objeto y especie, pero prescindiendo siempre de toda golosina.
Y seguía mirándola fijamente cada vez con más emoción: la joven tampoco apartaba de él su mirada, llena de interés. El corazón empezó a batirle aceleradamente: se le apoderó un gran desasosiego, que le hizo mudar de postura veinte veces en dos minutos; sintiose sofocado, y se desabrochó la levita.
El abuelo no le hablaba jamás. El niño, entretanto, vagando por el caserón, miraba por los vidrios a los muchachos que jugaban en la plazuela, subía a la estancia de labor en el último piso de la torre, o bajaba a la cuadra de los pajes, en el corral, para llevarles algunas golosinas que apartaba de sus propias colaciones. Ellos, al verle aparecer, salían a las puertas, sonrientes y famélicos.
La imagen de su hermano, que a veces le parecía un buen hombre a veces un hipócrita ambicioso, no se apartaba de su mente, sobreexcitada por el desvelo. Ya pensaba ablandarle con sus sentimientos fraternales, ya confundirle con las amenazas de Rey.
La Nela apartaba las ramas para que no picaran el rostro de su amigo, y al fin, después de bajar gran trecho, subieron una cuesta por entre frondosos castaños y nogales. Al llegar arriba, Pablo dijo a su compañera: Si no te parece mal, sentémonos aquí. Siento pasos de gente. Son los aldeanos que vuelven del mercado de Homedes. Hoy es miércoles. El camino real está delante de nosotros.
Soldada o sin soldar, señora pierna, usted tendrá que ponerse en polvorosa para Madrid la semana que viene». Salvador no se apartaba de su amigo ni de noche ni de día. Unas veces hablaban de política, empezando D. Benigno de este modo: «¿Cree usted que ese pobre Sr. Zea tendrá buena mano para el timón de la nave del Estado?».
Afortunadamente, salió del peligro pronto: a los cinco días ya se le permitía hablar, aunque no mucho. Julia no se apartaba de su cabecera. La mamá era la encargada de recibir las numerosas visitas que llegaban; y por cierto que no se hartaba de contar a todo el mundo los pormenores de la catástrofe.
Váyase usted, que yo me quedo replicó ella impávida. ¿Pero estás loca?... No estoy loca. Es que... Pero ¿tú buscas a alguien? ¿Esperas a alguien?». Isidora no apartaba sus ojos de aquella puerta pequeña por donde entra y sale toda la política de España. «Vaya, que tienes unas cosas... Ya van a dar las diez». Isidora no le hizo caso.
Palabra del Dia
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