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Actualizado: 11 de junio de 2025


No diré que si usted bebe ese peleón que traen los arrieros de Toro, lleno de campeche y otras porquerías, no quede usted peor que antes; pero en tratándose del vino de Rueda legítimo y con diez años en la bodega, como el que tiene delante, diga usted que es una bendición del cielo, y que apaga la sed lo mismo que hace discurrir á un borrico... ¡Calle!... ¡pues si no le he traído copa para beberlo!... ¡Válate Dios... válate Dios... válate Dios!...

Comprende entonces lo que ha pasado en él la víspera de San Juan, por qué ha tirado el vaso al suelo... y hace un movimiento como para romperlo por segunda vez... No es más que un impulso de tortura infernal; después, esa luz se apaga, y se hace la noche a su alrededor, una noche sombría y llena de angustias.

Tiene usted razón, don Antolín: por algo se llamaban Católicos aquellos reyes. Establece la Inquisición doña Isabel con su fanatismo de hembra. La ciencia apaga su lámpara en la mezquita y la sinagoga y oculta los libros en el convento cristiano, viendo que es llegada la hora de rezar más que de leer. El pensamiento español se refugia en la sombra, tiembla de frío y soledad, y acaba por morir.

¿Qué hay, niño; qué sucede? toda la vecindad está alborotada... ¿se prende fuego la casa?... nos preguntó. Al contrario, creo que se apaga el fuego... tu patrona parece que acaba de reventar contestó don Benito con la más perfecta calma. ¿Quién? ¿la tigra?... ¡al fin!... replicó el pardo con el acento de un hombre que se desahoga.

Si por olvidar entendía Lituca dejar de sentir hondamente, entendía muy bien, porque el corazón humano, tierra miserable al fin, necesita del concurso de los sentidos para conservar el calor de los afectos que le animan, y aun así se apaga la hoguera con el tiempo; pero si por olvidar entendía borrar de la memoria, se equivocaba grandemente en aquel caso.

Supongo que ese Mane thecel phares, ¿no querrá decir que seremos asesinados esta noche? dijo don Custodio. Todos se quedaron inmóviles. Pero pueden envenenarnos... Soltaron los cubiertos. La luz en tanto principió á oscurecerse poco á poco. La lámpara se apaga, observó el General inquieto; ¿quiere usted subir la mecha, P. Irene?

El espectáculo que éste ofrecía era tan aterrador, que Andueza se puso de un brinco sobra la silla, y aplicando espuela al caballo, pardo al escape, no sin gritar a sus compañeros de orgía: ¡Agarrarse, muchachos, que el mar se sale y apaga el sango!

Por desgracia, este laudatorio entusiasmo se apaga pronto como fuego de estopa, y postración más honda vuelve a enseñorearse de nuestras almas, contristándolas y humillándolas. Hay cierta manera de discurrir de la que muchos sujetos no se dan cuenta. Discurren sin percibir que discurren, y las consecuencias que sacan suelen ser muy crueles.

En presencia de las hermosas fuentes de nuestro clima, cuya agua nos apaga la sed y nos enriquece, se nos ocurre preguntar cuál de los agentes naturales de la civilización ha hecho más para ayudar á la humanidad en su lento desenvolvimiento. ¿Es acaso el mar con sus aguas pobladas de vidas, con sus playas, que fueron los primeros caminos empleados por el hombre, y su superficie infinita excitando en el bárbaro el deseo de recorrerla de una á otra orilla? ¿Es acaso el monte con sus altas cimas, que son la belleza de la tierra, sus profundos valles, donde los pueblos hallan abrigo, su atmósfera pura, que da á los que la respiran una alma fuerte? ¿O será tal vez la humilde fuente, hija del mar y de los montes?

Pero, entre las muchedumbres que gozarán, a no dudarlo, de tan noble instinto, y el escritor que a ellas se dirige, siempre o casi siempre se interpone cierta capa social, aunque leve y sutil, muy tupida, donde la voz se embota y apaga o el escrito se detiene, sin llegar ante los ojos o sin penetrar en los oídos de ese vulgo o de ese pueblo, que exento de prejuicios y con certera candidez sabría decidir lo justo, si la voz o el escrito se pusiera a su alcance.

Palabra del Dia

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