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Actualizado: 9 de julio de 2025
Montaba, como hemos dicho, Cervantes la galera Marquesa, que era de las de Andrea Doria, con la gente de infantería del capitán Diego de Urbina; y cuando a la vista la una de la otra las dos escuadras, llegó el punto del rompimiento de la batalla, Cervantes, que muy enfermo y con calentura estaba en el entrepuente, subió a la cubierta y pidió le pusiesen en el lugar de más peligro; advirtiole Diego de Urbina que mirase que estaba enfermo, y que de muy poco podía aprovecharse su esfuerzo cuando tan sin fuerzas se hallaba; a lo que respondió Cervantes, y a lo que otros como el capitán le decían: Señores, ¿qué se diría de Miguel de Cervantes?
Lo que, como un lirio de noche en una habitación oscura, tuvo en medio de todas estas agonías iluminada el alma de doña Andrea, y le aseguró en su creencia bondadosa en la nobleza de la especie humana, fue que, ya porque en realidad le apenase la suerte de la viuda, ya porque creyera que había de parecer mal, siendo como el don Manuel bien querido, y maestro como ella, que permitieran la salida de sus hijas del colegio por falta de paga, la directora del Instituto de la Merced, el más famoso y rico del país, hizo un día, en un hermoso coche, una visita, que fue muy sonada, a casa de doña Andrea, y allí le dijo magnánimamente, cosa que enseguida vociferó y celebró mucho la prensa, que las tres niñas recibirían en su colegio, si ella no lo mandaba de otro modo, toda su educación, como externas, sin gasto alguno.
Mandónos el Duque á D. Pedro de Urríes y al Comendador Guimarán y á otros que nos juntásemos á tratar de lo que nos parescía que se debía hacer. El mío fué que el Duque había de hacer lo que Juan Andrea le aconsejaba, porque su persona no era tan necesaria en aquel fuerte cuanto en Sicilia.
El Museo de pinturas es tambien notable: la sala italiana contiene cuadros de Andrea del Sarto, Ticiano, Verones, Vinci y otros; que al emperador de Austria le ha sido muy fácil adquirir merced á su dominacion en Milan y Venecia.
Llegó en esto el Duque á bordo de la Real, con lo que se prolongó el Consejo: Juan Andrea se felicitaba de la circunstancia que consentía practicar su plan, pues nada impedía ya que las galeras marcharan desde el momento; el Duque observó que lo impedían los soldados, pues no los quería abandonar, y á pesar de la insistencia de Doria y de las protestas de seguridad de la armada, se volvió á la playa, dejando acordado un viaje de los esquifes y la permanencia en el puerto de dos galeras ligeras para que el General embarcara con los últimos al amanecer.
Indecisos los jefes un momento, no existiendo acuerdo ni prevención para el caso, tiró cada cual por su lado, con dispersión y desorden tan grande, que ni aun á huir acertaban. Cinco de las galeras de Juan Andrea arribaron como él hacia tierra, y lograron ponerse bajo la artillería del fuerte; otras encallaron en los bajíos en número de ocho ó diez.
Ninguna disposición ordenó Andrea Doria: arribó también con la Real en dirección del fondeadero de que había salido, con precipitación y aturdimiento, que aumentaba la poca claridad del alba. Calaba mucho la galera, que era hermoso buque; se tomaron mal las enfilaciones del canal, y quedó varada en un cantil.
El Rey acogió con favor el pensamiento, ordenando sin dilaciones así al Príncipe Andrea Doria, general de la mar, como á los Virreyes y Gobernadores de Italia, facilitaran al Duque de Medinaceli, nombrado Capitán general de la empresa, los elementos que reclamara, sin esperar otro mandato.
En esos días la linda doña Andrea, cuyas largas trenzas de color castaño eran la envidia de cuantas se las conocían, extremaba unas pocas habilidades de cocina, que se trajo de España, adivinando que complacería con ellas más tarde a su marido.
Teníase el miserable ejemplo de Nicosia y de Famagusta, sus defensores degollados y sus capitanes martirizados por el implacable infiel, aborrecedor del cristiano y nunca satisfecho de su sangre; y tal era el pavor que la voladora fama traía en sus alas, de las crudezas de aquella numerosa hueste de sanguinarias fieras, que capitanes tales y tan probados por su prudencia en el consejo y su bravura en lides, como Andrea Doria, Ascanio de la Corna y Sebastián Veniero, aconsejaron a don Juan de Austria, teniendo por temeridad el embestir contra el turco; pero el generoso mancebo, por cuyas venas corría la sangre del nunca vencido, ni en temor por nada puesto, emperador Carlos V, de gloriosa memoria, respondió a las dudas y a los temores de todos: Señores, ya no es hora de aconsejar, sino de combatir.
Palabra del Dia
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