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A fines de 1630 regresó a España y si Rubens no ejerció influencia en su estilo, tampoco lo alteró la admiración que debieron de causarle las obras de Ticiano, Tintoretto, Veronés, Rafael y Miguel Ángel.

La escuela italiana, poderosamente espléndida, luce tambien en el Louvre con toda su pompa: en el salon cuadrado, el mas rico de todos, se leen al pié de lienzos sin rival, las ilustres rúbricas de Rafael, Ticiano, Rubens, Pablo Verones, Tintoreto, Leonardo de Vinci, y Murillo, que en medio de aquellos hijos del genio, proclama con dos inmortales Vírgenes la pujanza de la escuela española, que tambien brilla con todo su valiente esplendor en los salones del Louvre.

El paseo por sitio tan monumental halagaba la fantasía de la dama, trayéndole reminiscencias de aquellos fondos arquitectónicos que Rubens, Veronés, Vanlóo otros pintores ponen en sus cuadros, con lo que magnifican las figuras y les dan un aire muy aristocrático.

La impaciencia con que el Rey le esperaba se calmaría de fijo al ver las adquisiciones que durante el viaje había hecho por su cuenta, pues además de muchos moldes o hembras, como entonces se decía, para vaciar estatuas clásicas, le trajo algunas pinturas de mérito sobresaliente: el hermosísimo cuadro de Venus y Adonis , de Pablo Veronés, y La purificación de las vírgenes madianitas cuya composición y forma oval dicen claramente ser para un techo; y el boceto del Paraíso , ejecutado con igual objeto y destinado a la sala del Gran Consejo de Venecia, obras ambas del Tintoretto.

Aparte del lienzo que da nombre á la sala, y que por solo puede enriquecer cualquier museo de Europa, hay Tintoretos y Veroneses divinos á derecha é izquierda: allí están tambien la primera y la última de las obras del gran Ticiano, cinco soberbias telas en la techumbre, cuatro de Verones, otro del inmortal veneciano, incrustados entre preciosas molduras.

Poniendo en duda o atenuando la fuerza de esta manera de pensar, se dirá que después de escritos tales párrafos, acaso en aquellos mismos años, los monarcas adornaban sus palacios con obras de Veronés y de Ticiano, tales que según la intransigencia de los místicos podían calificarse de pecaminosas, y aun que el mismo Velázquez trajo varias de Italia para Felipe IV; mas esos lienzos no eran imitados por nuestros pintores.

De suerte que lo esencial es la relación de valores que crea la totalidad: descuidándola, se ostentan cualidades parciales: así Rubens desplegó en el color más pompa, Ticiano más riqueza, el Veronés más variedad: en la verosimilitud de la impresión total, ninguno igualó a Velázquez.

Verdad es que en la parte italiana no hay comparacion con el Louvre de París, pues aunque hay muy bellos Correggios, Caraccios, Renis, Tintorettos, Tizianos, Verones, Salvator Rosa, etc., etc., son escasísimos los Rafael y Miguel Angel.

La techumbre, vestida de molduras, está cubierta de cuadros magníficos de Pablo Verones, Ticiano, Tintoreto, etc. En la pared principal del salon, hay un cuadro portentoso de Tintoreto, el mayor de los conocidos; llena la pared, representa el Paraíso; es un modelo de dibujo, colorido, pensamiento y ejecucion; es una obra maestra tiene, mas de cuatrocientas figuras: es admirable.

La figura parecía dibujada por Alberto Durero, tenía el color del Veronés, la elegancia de Boticelli, era tan decorativa como si la hubiese dispuesto Tiépolo, y tan real como si en ella hubiese puesto mano Diego Velázquez. El deán creyó volverse loco de contento. «¡Qué artista, qué prodigio! pensaba. ¡Y qué ojo he tenido yo, porque sin nada de esto tendría la catedral