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Actualizado: 9 de julio de 2025
Juan Andrea se levó, pasadas tres horas de noche y más, para salir á la mar, como habían acordado, sin aguardar los esquifes, y fué causa que se dejase de salvar mucha gente principal que se embarcara en ellos de las galeras que encallaron.
Pero Juan, joven rico y de padres y amistades que no hacían suponer que buscase esposa en aquella casa desamparada y humilde, comprendió que no debía ser visita de ella, donde ya eran alegría de los ojos y del corazón, más por lo honestas que por lo lindas, las dos niñas mayores, y muy distraído el pensamiento en cosas de la mayor alteza, y muy fino y generoso, y muy sujeto ya por el agradecimiento del amor que le mostraba a su prima Lucía, ni visitaba frecuentemente la casa de doña Andrea, ni hacía alarde de no visitarla, como que le llevó su propio médico cuando la enfermedad de Leonor, y volvió cuando la venta de los libros, y cuando sabía alguna aflicción de la señora, que con su influjo, el no con su dinero que solía escasearle, podía tener remedio.
Y la madre parecía que quería adelantar una objeción; y la mujer hermosa, que en realidad, en fuerza de la plácida beldad de Leonor, había concebido por ella un tierno afecto, decía precipitadamente estas buenas razones, que la madre veía lucir delante de sí, como puñales encendidos. Porque usted ve, doña Andrea, que la posición de Leonor en el mundo, va a ser sumamente delicada.
Se tuvo miedo la niña, y aunque muy contenta de sí, halagada por aquel rumor como si le rozasen la frente con muy blandas plumas, se sintió sola y en riesgo, y buscó con los ojos, en una mirada de angustia a doña Andrea, ¡ay! a doña Andrea que, conforme iban pasando los años, se hundía en sí misma, para ver mejor a don Manuel, de tal manera que ya, si sonreía siempre, apenas hablaba.
Llegó este propio día, tres ó cuatro horas antes que anocheciese, una fragata con dos despachos del Gran Maestre, el uno para el Duque y el otro para Juan Andrea, en que les avisaba que el armada turquesca había hecho agua en el Gozo.
Aquella vez sí que doña Andrea, sin los miramientos que en el caso de Juan habían más tarde de impedírselo, cubrió de besos la mano de la directora, quien la trató con una hermosa bondad pontificia, y como una mujer inmaculada trata a una culpable, tras de lo cual se volvió muy oronda a su colegio, en su arrogante coche.
Murieron en estas dos fuerzas muchas personas de cuenta, de las cuales fue una Pagán de Oria, caballero del hábito de San Juan, de condición generoso, como lo mostró la summa liberalidad que usó con su hermano, el famoso Juan de Andrea de Oria; y lo que más hizo lastimosa su muerte fue haber muerto a manos de unos alárabes de quien se fió, viendo ya perdido el fuerte, que se ofrecieron de llevarle en hábito de moro a Tabarca, que es un portezuelo o casa que en aquellas riberas tienen los ginoveses que se ejercitan en la pesquería del coral; los cuales alárabes le cortaron la cabeza y se la trujeron al general de la armada turquesca, el cual cumplió con ellos nuestro refrán castellano: "Que aunque la traición aplace, el traidor se aborrece"; y así, se dice que mandó el general ahorcar a los que le trujeron el presente, porque no se le habían traído vivo.
Otro tanto quiso hacer la compañía de Vicente Castañola, asimismo de sicilianos; y aunque el general, por justicia y escarmiento, mandó ahorcar á tres de los culpables, perdieron otros las orejas y fueron sentenciados á galeras los demás, la impresión pesimista á que contribuía el naufragio de una de las galeras de Juan Andrea Doria se dejó sentir en los ánimos, desconfiados de la estrella y aun de la autoridad del caudillo que los regía.
Este Guimarán era favorito de Juan Andrea y medio ayo suyo, aunque era harto más discreto el Juan Andrea que él. Este fué siempre torcedor á que tardase allí tanto el Juan Andrea, por complacer al Virrey, porque los Maestres y los Caballeros de Malta han menester tanto los Virreyes de Sicilia, que no pueden vivir si no los tienen contentos.
Juan Andrea Doria perdió una galera y un esquife de otra, allí en el Faro, y decía públicamente que si las galeras que traía fueran del Rey, como eran suyas, que no fuera á la jornada, aunque el Rey se lo había mandado; pero que iba porque no pudiese nadie decir que dejaba más la ida por temor de perder su hacienda, que por lo que cumplía al servicio de S. M.
Palabra del Dia
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