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Actualizado: 29 de junio de 2025


Un áspero bigote cubre su labio superior, uno de esos bigotes duros y agresivos que surgen después de largos años de continua rasura. Su uniforme es viejo, desteñido por el sol y las lluvias. El paño amarillento tiene el color neutro de la tierra. Su brazo derecho pende inerte del hombro y se mueve al ritmo del paso, con el vaivén de las cosas inanimadas.

Abunda y se de excelente calidad. Cabo negro. Sumamente útil por la hilada que de él se extrae; es artículo de exportación. Clavero. Calumpit. De segundo orden. Madera de color amarillento sucio, textura floja con poros pequeños. Muy á propósito para trabajos de adorno y con la corteza se hace un tinte especial para teñir el algodón. Camuning.

Además, podía poseer igualmente el estudio notarial, oficina polvorienta, de muebles vetustos y grandes armarios con puertas alambradas y cortinillas verdes, tras de las cuales dormían los volúmenes del protocolo envueltos en becerro amarillento, con iniciales y números en los lomos. Don Esteban sabía bien lo que representaba su estudio.

Diciendo esto presentó la buena mujer un tablero en el que sobre fondo rojizo y nada limpio se contoneaba una especie de gallina moribunda pintarrajeada de verde, con un ojo saltón y amarillento colocado más cerca del pescuezo que del pico; era éste encorvado y enorme, y de él pendía un cartelón pintado de blanco con esta inscripción en letras negras: ¡Al Pagaro Berde!

Paquito no la escuchaba, sin embargo: durante toda esta escena había sentado en el sitial gótico a Tock, el perrazo amarillento, que se dejaba manejar con esa especie de cariñosa paciencia con que a los niños soportan los perros.

Desnoyers vió sobre una puerta un Cristo de marfil, amarillento por los años, tal vez por los siglos: una imagen heredada de generación en generación, que debía haber presenciado muchas agonías... En otra cueva encontró, en lugar ostensible, una herradura de siete agujeros.

Por fin, haciendo un supremo esfuerzo, abandonó su sitial al lado de la chimenea, y con una sensación de espanto, se dirigió hacia el cofre. Al principio nada pudo distinguir en el interior, pero pocos momentos después, vió un rectángulo amarillento que yacía en el fondo. Hincóse de rodillas y con mano trémula extrajo aquel objeto.

El bohemio de la luz y del espacio piaba como expresando la extrañeza que le producía ver allá abajo aquel pobre ser amarillento y flaco, estremeciéndose de frío en pleno verano, con unos cuantos pañuelos anudados a las sienes y un harapo de manta ceñido a los riñones.

Era de baja estatura y prominente abdomen, la cara ancha, la nariz algo aplastada, y una barba en collar, de un blanco sucio y amarillento, todo lo cual le daba lejana semejanza con la cabeza de Sócrates. Al estar de pie, su vientre abultado y flácido parecía moverse con las palabras dentro del amplio chaleco; al sentarse, subíasele esta parte de su organismo sobre el flaco pecho.

Allí, sin consultar para nada la voluntad de las flexibles mimosas ni de las redondas acacias, ni de las imponentes catalpas, ni la de ningún otro árbol o arbusto, flor o legumbre, por respetable que fuese, comenzó a vestirlos todos de verde, matizando los trajes cuidadosamente, a éste dándole uno obscuro y profundo, a aquél claro y deslumbrante, al otro pálido y amarillento, haciendo con ellos una especie de mascarada risueña y original que lisonjeaba la vista de los que aun persisten en tener afición a las obras de la naturaleza.

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