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Actualizado: 8 de julio de 2025
Rocamira, hija del duque de Navarra, es solicitada por varios amantes, que residen casi de incógnito en la corte de su padre; pero ella ha prometido su mano á Manfredo, duque de Rosena, que se espera para la celebración de la boda.
Creo que veria en aquel payaso un artificio servil y grotesco; un buen humor que no haria las mejores migas con el respeto que nos debemos por nuestra propia dignidad. Esta es la palabra, á mi modo de ver. Me parece que los españoles somos más amantes de nuestra dignidad.
De tal palo, tal astilla es, hasta el presente, la única tentativa de Pereda en el campo de la novela tendenciosa. Como si hubiera querido desagraviar a los críticos amantes del arte puro y desinteresado, escribió inmediatamente otro libro, de los que no prueban nada ni van a ninguna parte sino a hacer sentir y gozar.
Son también muy amantes de la música, a cuyo ejercicio se aplican sin ser compelidos, y así en cada pueblo hay infinidad de músicos; los tambores y todo instrumento estrepitoso son muy de su gusto, y así les acompañan para todo.
Que el cabello la sombree un poco con sus ondas naturales; pero ¿a qué cubrir la frente, espejo donde los amantes se asoman a ver su propia alma, tabla de mármol blanco donde se firman las promesas puras, nido de las manos lastimadas en los afanes de la vida? Cuando se padece mucho, no se desea un beso en los labios sino en la frente.
Es el summum de la belleza á quien se le aplica, y el paroxismo del amor en el lenguaje de los amantes.
Son estos naturales muy amantes al Rey, y muy obedientes a todo cuanto se les manda en su real nombre; en los cabildos el común modo de explicarse y de persuadir a los otros a que hagan lo que deben es decirles que así lo manda Dios y el Rey.
Miguel, sin hacerle caso, cambió todavía de lejos una sonrisa con su hermana y llevó el clavel a los labios. Cierto, no dejaba de ser interesante la situación de ambos hermanos, obligados para testimoniarse su cariño a esconderse como dos amantes contrariados y a emplear toda la astucia y disimulo que éstos usan.
Ana se sentía transportada a la época de D. Juan, que se figuraba como el vago romanticismo arqueológico quiere que haya sido; y entonces volviendo al egoísmo de sus sentimientos, deploraba no haber nacido cuatro o cinco siglos antes.... «Tal vez en aquella época fuera divertida la existencia en Vetusta; habría entonces conventos poblados de nobles y hermosas damas, amantes atrevidos, serenatas de Trovadores en las callejas y postigos; aquellas tristes, sucias y estrechas plazas y calles tendrían, como ahora, aspecto feo, pero las llenaría la poesía del tiempo, y las fachadas ennegrecidas por la humedad, las rejas de hierro, los soportales sombríos, las tinieblas de las rinconadas en las noches sin luna, el fanatismo de los habitantes, las venganzas de vecindad, todo sería dramático, digno del verso de un Zorrilla; y no como ahora suciedad, prosa, fealdad desnuda». Comparar aquella Edad media soñada ella colocaba a D. Juan Tenorio en la Edad media por culpa de Perales con los espectadores que la rodeaban a ella en aquel instante, era un triste despertar.
Un pescador que pasaba cerca de la orilla les tomó seguramente por dos amantes dichosos, absortos en la contemplación de su felicidad. Germana fue la primera en hablar. Se volvió hacia su marido, le cogió las dos manos y le dijo con voz ahogada: Don Diego, ¿lo sabía usted? No, Germana. Si lo hubiera sabido se lo habría dicho. No tengo secretos para usted.
Palabra del Dia
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