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Actualizado: 2 de junio de 2025
Casi rió de sorpresa al darse cuenta de que una especie de muchacho pequeño y delgado, con amplios calzones azules, abandonaba la carretilla que iba empujando, llena de virutas de acero, para saludarla desde lejos. Era la mujer de Alberto. Cuando sonó la campana de mediodía y las trabajadoras salieron para almorzar, la vieja pudo verla de cerca.
El bañista que nos lo había anunciado metía el rostro por el follaje para que no se oyesen las carcajadas que no era poderoso a reprimir. Mi patrón, avergonzado, y otra vez con aquella expresión humilde e inocente en los ojos de perro de Terranova, me dijo tirándome de la ropa: D. Ceferino, ya es la hora de almorzar; ¿nos vamos?
Hubo luego iluminación y se prolongó el paseo hasta la madrugada. Al día siguiente tuvo lugar la solemne proclamación del nuevo orden de cosas, con músicas y luminarias; se dieron gritos de «viva el rey.» He tenido hoy a comer y almorzar a muchos miembros del consejo provincial, que han llegado de Mâcón, donde han sido convocados por el gobernador de la provincia.
Por fin, cuando nos avisaron para almorzar, me dijo desde la butaca donde estaba sentado en mi habitación, chupando un cigarro puro y envolviéndose en una nube de humo: ¿Sabe usted, amigo Sanjurjo, que me voy de excursión con ustedes esta tarde?... Sí, voy añadió en voz baja y con acento rápido para que Isabel no se figure que me estoy muriendo de pena. Me alegro muchísimo.
Es el caso que el excelentísimo señor don Teodoro de Croix tenía la costumbre de almorzar diariamente cuatro huevos frescos pasados por agua caliente; y era sobre este punto tan delicado, que su mayordomo, Julián de Córdova y Soriano, estaba encargado de escoger y comprar él mismo los huevos todas las mañanas.
Juno tocó diez veces seguidas el último pensamiento de Weber u otro aburrimiento por el estilo, indicio en ella de gran preocupación, mientras que mi tío nos observaba de un modo perspicaz y burlón. El señor de Kerveloch vino a almorzar al Pavol al siguiente día; tres después pedía la mano de Blanca, y apenas habían pasado dos semanas de esto, cuando yo escribía al cura.
Todos estos datos contribuyeron a hacerme creer que aquella gente era bastante misantrópica y extraña. Después de almorzar y descansar en la venta, me fuí por el borde de las dunas adelante. Serían las cuatro y media, cuando vi al capitán y a su hija, que volvían, hacia su casa, por la playa. El iba despacio; ella corría, tiraba piedras, gritaba.
¡Ah, presuntuosa de nacimiento! ¿Quién diría que una campesina como tú, llegaría tan pronto a tanta coquetería? Ya te admirarás más. Sé que la coquetería es una cualidad muy seria. Es la primera vez que lo oigo. ¿Quién te ha enseñado eso? Supongo que no habrá sido el cura. No, no; una persona que entendía algo en la materia. ¿Vendrá a almorzar alguien más que los de Couprat, Blanca?
Quiero que me deis algo bueno que almorzar, tengo mucha hambre y no puede esperar mi estómago á la mesa de mi hermano don Felipe; paréceme que esas empanadas que acaban de salir del horno, por lo que huelen, son de águilas; apropiadme una. Montiño puso por sí mismo una hermosa empanada en la escudilla del bufón.
Ni una cosa ni otra se apuntaba en el lenguaje indiferente y frío de Juan Pablo. Este, después de almorzar, sintiose amagado de la jaqueca y se echó de muy mal humor en su cama. Toda la tarde y parte de la noche estuvo entre las garras de aquella desazón más molesta que grave.
Palabra del Dia
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