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Actualizado: 5 de mayo de 2025
A la espalda, y ceñida por los pechos, traía el uno una camisa de color de camuza, encerada, y recogida toda en una manga; el otro venía escueto y sin alforjas, puesto que en el seno se le parecía un gran bulto, que, a lo que después pareció, era un cuello de los que llaman valones, almidonado con grasa, y tan deshilado de roto, que todo parecía hilachas.
Que no tiene ahora una seda tan doble en ese color, pero que si la señora quiere enviará por ella. ¡Puf! Para ese viaje no necesitamos alforjas.... ¿Y en La Perfección? Sí, señora. Que el sábado enviarán los gorros. ¿Has preguntado cómo seguía el padre Miguel? No he tenido tiempo.... ¡Está tan lejos!... ¿Cómo lejos? ¿Pues no has ido en coche?
Salimos de la casa, tomando cada cual la cabalgadura que se le había destinado, juntamente con un sable y dos pistolas. El bagaje se repartió entre todos. Un criado antiguo se había encargado del dinero, otro llevaba las ropas del señorito; Marijuán llenaba sus alforjas con abundantes provisiones, y en mi grupera pusimos varios encargos y las cartas que D. Diego debía entregar en Córdoba.
¡Abur, amigo! gritó al verle caer y redoblando sus esfuerzos, llegó al reducto entre los primeros que lo asaltaron. El carlista estaba tendido encima de un montón de alforjas. Sin duda se arrastró hasta allí para morir.
Con esto, se fueron todos a acostar para una hora que quedaba o media, y el estudiante lo puso todo en las alforjas, y en la capilla del gabán le echó una gran piedra, y fuese a dormir. Llegó la hora de caminar; despertaron todos, y el viejo todavía dormía. Llamáronle, y al levantarse, no podía levantar la capilla del gabán.
El prodigio de la Naturaleza fué puesto sobre un macho, en compañía da unas alforjas que encerraban algunas, tortas y dos azumbres de vino, y después de algunos lloriqueos de doña Nicolás y de algunos dísticos que ensartó el de los astros, Elías partió en dirección de la patria del inmortal Cervantes, adonde llegó en cuatro días: de viaje. Entonces doña Nicolasa tuvo una hija.
Estaba el rucio boca arriba, y Sancho Panza le acomodó de modo que le puso en pie, que apenas se podía tener; y, sacando de las alforjas, que también habían corrido la mesma fortuna de la caída, un pedazo de pan, lo dio a su jumento, que no le supo mal, y díjole Sancho, como si lo entendiera: -Todos los duelos con pan son buenos.
Comenzad, pues, amigo, que todos escucharemos. -Saco la mía -dijo Sancho-; que yo a aquel arroyo me voy con esta empanada, donde pienso hartarme por tres días; porque he oído decir a mi señor don Quijote que el escudero de caballero andante ha de comer, cuando se le ofreciere, hasta no poder más, a causa que se les suele ofrecer entrar acaso por una selva tan intricada que no aciertan a salir della en seis días; y si el hombre no va harto, o bien proveídas las alforjas, allí se podrá quedar, como muchas veces se queda, hecho carne momia.
Momo llevó a la cocina, punto de reunión de toda la familia, una buena provisión de panes grandes y blancos, unas alforjas y la manta de su padre. En seguida desapareció llevando del diestro a Golondrina. Dolores volvió a cerrar la puerta, y se reunió en la cocina con su marido y con su madre. ¿Me traes le dijo el jabón y el almidón? Aquí viene. ¿Y mi lino? preguntó la madre.
Los rufianes dijeron: -Bien haya el licenciado; hágalo, que es razón. Con esto, se llegó y sacó al pobre viejo, que dormía, de debajo de los pies unas alforjas, y desenvolviéndolas halló una caja, y como si fuera de guerra hizo gente. Llegáronse todos, y abriéndola, vio ser de alcorzas.
Palabra del Dia
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