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Actualizado: 26 de junio de 2025
El salón de recepciones era el centro del jardín, alfombrado de naranjas que habían caído antes de sazonar. Germana, sentada en su sillón, fumaba cigarrillos yodados; el conde la miraba vivir; la señora de Villanera jugaba con el niño como una faunesa vieja y negra con su retoño bronceado. Los amigos se balanceaban en las mecedoras que se habían hecho traer de América.
Desde por la mañana esperaba el zaguán, de par en par abierto, y el suelo de los apriscos había sido alfombrado de paja fresca. De hora en hora exclamaba la gente: «Ahora están en Eyguières, ahora en el Paradón.» Luego, repentinamente, a la caída de la tarde, un grito general de ¡ahí están! y allá abajo, en lontananza, veíamos avanzar el rebaño envuelto en una espesa nube de polvo.
El aposento, aunque reducido, era muy bello; estaba ricamente tapizado y alfombrado, tenía un ancho canapé ó sofá con almohadones de damasco y sillones de gran lujo, y al fondo había una puerta con cortinaje de seda. En medio se veía un brasero de plata con fuego.
Los dedos, cargados de sortijas de todas las épocas y todos los tamaños, apenas podían jugar para llevar la copa a los labios. Su traje, debajo del mantón alfombrado, brillaba con reflejos metálicos de oro viejo como una casulla de la Edad Media.
Dentro de un ratito estaremos libres de pesadumbres, yo dando cuenta a Dios de mis pecadillos, y tú contento como unas pascuas danzando por el Cielo, que está alfombrado con estrellas, y allí parece que la felicidad no se acaba nunca, porque es eterna, que es como dijo el otro, mañana y mañana y mañana, y al otro y siempre...» No pudo hablar más. Yo me agarré fuertemente al cuerpo de Medio-hombre.
El piso alfombrado apagaba su andar, y con ambas manos extendidas palpaba las dos murallas buscando una puerta. Al fin, sintió ceder el muro, y, siempre con las manos delante, penetró en una estancia que le pareció chica, y donde al pasar tropezó en varios objetos, entre ellos unas barras de metal que se le figuraron de una cama.
Un biombo cubierto de figuras de oro formaba como una segunda habitación, más íntima, con el suelo alfombrado de pieles blancas de largos y sedosos pelajes, sobre las cuales se amontonaban docenas de almohadones de diversos colores, con reptiles alados y flores inverosímiles. Un olor exótico y penetrante arañó el olfato del invitado. Conocía este perfume. Y miró á la duquesa con severidad.
No me veía harto de pisar el suelo alfombrado, de arrellanarme en los blandos sillones, de contemplarme en los espejos de los armarios, de recrear la vista en los cuadros de las paredes y en los bronces y porcelanas que coronaban los muebles de fantasía o guardaban las artísticas vidrieras, ni de tender mis huesos en la mullida y voluptuosa cama a esperar el sueño, que no tardaba en llegar, como un aleteo suavísimo de geniecillos bienhechores. ¡Qué poco se parecía todo aquello a la casona de Tablanca, tan grande, tan vieja, tan desnuda... y tan fría!
Puso Feliciana sobre la luz una pantalla de figurines vestidos con pegotes de trapo, y después se echó con indolencia en la butaca, abrigándose con su mantón alfombrado. «Fortunata gritó llamando a su amiga, que daba vueltas por toda la casa como si buscara alguna cosa . ¿Qué se te ha perdido?». Chica, mi toquilla azul. ¿Vas a salir ya? Sí: ¿qué hora es?
Después, en aquel mismo lugar, formando un cerco con cojines y almohadones de seda, y alfombrado el suelo con alcatifas de Persia, y de manera que las pueda oír la lindísima Híala, contarán sendas historias por el estilo que mejor puedan o sepan los esclavos, esclavas o personas que sobresalgan en tan peregrino como envidiable talento.
Palabra del Dia
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