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Actualizado: 3 de mayo de 2025


En su tránsito por Egipto, vio y admiró donna Olimpia la esfinge, las pirámides y multitud de otros monumentos del tiempo de los Faraones. Llegada sana y salva a Alejandría, se embarcó con su gente en un barco mercante de Venecia, que navegaba con diploma o patente del gran turco Solimán, a quien para obtener tales diplomas pagaba un considerable tributo anual la Señoría.

Al cabo de seis años yo mandaba un brick, que tuvo un encuentro con el brulote de Canaris, Blasillo. Este hizo el saludo militar. Y volví a puerto para reparar las averías y reclutar una nueva tripulación, lo que ocurría siempre que se encontraba a Canaris. En Alejandría me recibieron afectuosamente.

¡A Alejandría! ¿qué te parecería, mi querido niño, si te sentasen sobre la flecha aguda de un minarete que se lanza hacia las nubes? ¡flecha, por otra parte, brillante y dorada! ¿y si se te dejase en esa incómoda posición hasta que los cuervos hubiesen devorado las pupilas de tus grandes ojos negros?

Mas cuando se disponía á tirar el segundo clavel, vió levantarse rápidamente sobre las maderas de la galería otra cabeza rubia un poco mayor, aunque no menos hermosa. Una mano blanca salió por un instante fuera, y una voz de timbre dulce y sonoro pronunció estas palabras: Esa es mejor. Al mismo tiempo cayó á sus pies una grande y magnífica rosa de Alejandría.

Después que el boticario de la Palma Alta me vendó la mano no volví a acordarme de tal cosa, y no digo yo dedo y medio, sino los cinco de cada mano me hubiera yo arrancado con los dientes, con tal de hallar a mi idolatrada Inés, ¡a aquella rosa temprana, a aquel jazmín de Alejandría!... Durante este tiempo no me olvidé de ti, pues el mismo día 3 te hice conducir a esta casa, que es la mía, en la cual has permanecido hasta hoy, y donde, gracias a los cuidados de tan buena gente, has recobrado la salud.

Visité, en su orden clásico, París, la banal Suiza, Londres y los lagos taciturnos de Escocia; levanté mi tienda delante de las murallas exangélicas de Jerusalén; y desde Alejandría a Tebas recorrí ese largo Egipto monumental y triste como el corredor de un mausoleo. Conocí el mareo de los buques, la monotonía de las ruinas, las desilusiones del «boulevard»; y mi mal interior iba creciendo.

Y saltaron á su memoria de improviso los instantes felices de aquellos amores serenos y límpidos como los pensamientos de la infancia, desde aquella tarde en que su manecita blanca le arrojó una rosa de Alejandría, estando en el jardín, hasta la noche reciente en que aquella misma mano le dió un pellizco, mientras su dueño le decía al oído: «¿Qué tienes?

¡Usted nunca me habla de mismo! le decía Ana con tono de reconvención, una mañana de Agosto, en el parque, metiéndole una rosa de Alejandría, muy grande, muy olorosa, por la boca y por los ojos. Estaban solos. Tácitamente habían convenido en que aquellas expansiones de la amistad eran inocentes. Ellos eran dos ángeles puros que no tenían cuerpo.

Las armas de los Febrer habían ondeado en flámulas y banderas sobre más de cincuenta navíos de gavia lo mejor de la marina de Mallorca , que, luego de tomar órdenes en Puerto Pi, iban a vender aceite de la isla en Alejandría, embarcaban especierías, sedas y perfumes de Oriente en las escalas del Asia Menor, traficaban con Venecia, Pisa y Genova, o, pasando las Columnas de Hércules, sumíanse en las brumas de los mares del Norte para llevar a Flandes y a las repúblicas anseáticas la loza de los moriscos valencianos, llamada por los extranjeros mayólica, a causa de su procedencia mallorquína.

Marchaba Flora encarnada y brillante como una rosa de Alejandría, marchaba Demetria blanca y esbelta como una azucena de Mayo. Cierro los ojos, miro hacia adentro y aún os veo cruzar por delante de mi casa llenas de atractivos como dos estrellas descendidas de la región azul del firmamento para iluminar mi valle natal.

Palabra del Dia

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