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Si bien no habían reñido nunca seriamente, de los siete días de la semana pasaban seis de morros, porque él quiso besarla y ella no estaba de humor de consentirlo, o porque ella pensó ir al teatro y a él se le ocurrió meterse en cama, con dolor de cabeza; pero, así y todo, no pertenecían al grupo de los mal casados, teniendo ambos la discreción de no ahondar lo que pudiera separarles y manteniéndose alejados, en lo posible, de la lucha que dividía a sus hermanos.

Todos sus compatriotas permanecían alejados después de haber visto que el gigante del árbol amenazador sabía igualmente aplastar á sus enemigos á gran distancia, valiéndose de rocas capaces de destruir una casa ó un buque. Gritaban contra él, pero se mantenían aglomerados en las bocacalles, prontos á huir, sin atreverse á avanzar al descubierto sobre los muelles.

Más te querría si fueses ladrón; me parecerías más interesante... ¡Ay!, ¡me siento tan triste!... ¡tan triste! Estaban ahora en el Salón del Prado, alejados del movimiento de la gran calle, caminando entre macizos de verdura, por una avenida solitaria en cuyo suelo trazaban los focos de luz grandes redondeles blancos.

Algo alejados de ambos grupos y arrimados a una columna, se percibían no muy distintamente tres bultos menudos, con los cuales necesitamos poner al lector en relación por breves instantes. Uno de ellos sacó una cerilla para encender el cigarro, y aparecieron tres rostros de catorce o quince años, frescos, risueños y maliciosos que volvieron a borrarse al morir el fósforo.

Las fracciones parlamentarias, perfectamente organizadas, tienen sus espadas como sus soldados en lugares adecuados, los unos más cerca, los otros más alejados del medio. El primero con quien tropezaba al entrar por la puerta de la derecha era... M. Paul de Cassagnac. El primero con quien se encontraba uno al entrar por la puerta de la izquierda era el gran orador M. Clemenceau.

Fernanda hablaba de su difunto marido con una compasión que quería ser triste y resultaba altamente despreciativa. Vivió con él en una suerte de antagonismo de ideas, de gustos y deseos, que los mantuvo constantemente alejados. Ni fue feliz ni desgraciada.

Ya no era el mismo que de todo corazón lanzaba sobre el papel los apasionados juramentos de la pareja wagneriana. «Alejados el uno del otro, ¿quién nos separará?...» Estas palabras hacían levantarse en su recuerdo, como testimonio de infidelidad, varias figuras de mujer: Maud, Mina, aquella Nélida que rondaba por cerca de él, que asomaba a la ventana inmediata su rostro insolente y le hacía señas con los ojos, con los labios, para que saliese cuanto antes.

El conde no tenía más que parientes lejanos por el lado materno, y ella los tenía alejados, para hacerse dueña de él por completo. Yo creía que procedía así por amor, por gratitud a nuestro señor, y como se mostraba atenta y amistosa conmigo, yo la ayudaba por todos los medios. ¿Es esto censurable?

El dolor los mantenía como alejados de sus cuerpos, sordos a sus sensaciones, insensibles a toda impresión externa. Avanzaban lentamente, por una calle inmediata al paseo, las rojas linternas de un coche de alquiler. Llámalo dijo ella con resolución, incorporándose . Acabemos pronto; esto no puede durar más tiempo... Mejor que nos separemos aquí.

Para aquéllos que viviendo tristemente alejados del beneficio inefable de la fe, nos refugiamos, en las horas amargas, en el seno de ese sentimiento vago de religiosidad, que en todos nosotros duerme o sueña, estas sensaciones profundas toman los caracteres de la oración.