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En su infancia, prolongada por la inocencia y la radiante salud, no cabían más placeres que correr por las alamedas que a León rodean, brincar con regocijo, cual pudiera adolescente ninfa retozando por los valles helenos.

Y como deciros no puedo lo que en es y no es, ni lo que yo soy por el efecto de vos que en se hace, quiero deciros, que acordándome del papel y del tintero que conmigo siempre traigo para coger al vuelo las mercedes que mi pobre musa me concede alguna vez, especialmente cuando entre las verdes alamedas del Guadalquivir la tristeza de mis pensamientos paseo, he querido escribiros por que sepáis que cuando yo vuelva a veros, más que por lo de anoche, de la justicia habréis de ampararme; y quedad con Dios, puede ser que hasta la noche, que cumplido ya mi propósito bajo vuestros miradores venga a ponerme, o si lo queréis mejor, señora mía, por la reja que a la vuelta de vuestra casa en la callejuela se halla, podéis a la media noche tener noticias del suceso de las aventuras en que por vos voy a meterme.

Si se ven algunas calles y alamedas espaciosas y alegres, la gran masa de la ciudad está cortada por callejuelas sucias, tortuosas, oscuras, empedradas con guijarros, estrechísimas, complicadas en laberinto, completamente moriscas.

Cuando entró otra vez en las Alamedas de Serranos, sus piernas flaqueaban, y sintió la necesidad de dejarse caer en uno de los bancos. En aquel paseo silencioso, casi desierto, que lentamente se obscurecía, podía forjarse la ilusión de que estaba en un jardín de su propiedad, donde nadie vendría a turbar la pereza dolorosa, el anonadamiento triste en que iba sumiéndose.

A ruego mío, mientras don Carlos se engolfaba en su partida de ajedrez, abría Gabriela el piano, un soberbio «Erard», y tocaba lo más selecto del repertorio en boga.... Las horas pasaban dulcemente, dulcemente, como las ondas del río lejano que nos enviaba, a través de los bosques rumorosos, y de las alamedas del jardín, el canto misterioso de sus turbias aguas.

Sus balcones y miradores dan á las alamedas del Tormes y del Zurguén y á un hermoso panorama que se extiende hasta las sierras de Gredos, cuyos picos cierran el horizonte al Sur..... Era ya la caída de la tarde. Las higueras del jardín alto penetraban en el mismo aposento en que contemplábamos la puesta del sol.

Pienso levantarme muy temprano, y sin que lo sepa mi mujer, me iré al Luxemburgo, visitaré el palacio, pasearé por las alamedas, luego tomaré el ómnibus que va á San Cloud, partiendo del palacio Real y haciendo escala en el arco del Triunfo, y me alargaré hasta el famoso bosque de Bolonia. =Dia décimo nono=. Omnibus. El Paris de acá y el Paris de allá. Palacio de Luxemburgo.

La nueva Marsella, vasta, regular y magnífica, se extiende hácia el sur, hasta tocar con las encantadoras alamedas del Prado, orilladas por preciosas quíntas-palacios á estilo de las villas italianas, donde el mármol y las flores revelan todas las gracias del arte; y luego, hácia el oriente, hasta trepar sobre las colinas escalonadas y terminar al pié de la que sirve de asiento al bellísimo jardin botánico-zoológico de aclimatacion, que es uno de los tesoros de Marsella.

Cuando la conversación recayó en estas filosofías, iban saliendo por la puerta de la Glorieta. Ya estaban descuajadas las famosas alamedas de castaños de Indias, quitada la verja y puestos a la venta los terrenos, operación que se llamó rasgo.

Entretanto, Cecilia tocaba al piano unas melodías tristes y melancólicas; pero estaba sola, pues yo había visto a lo lejos a Enrique paseando por una de las alamedas del parque, y, cuando volví al salón, continuaba sola, sentada en un gran sillón, con la frente apoyada en una mano y en los ojos una mirada febril. Se levantó vivamente y se acercó a con la sonrisa en los labios.