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La primera vez que recorrí esos jardines espléndidos, iba de bracero con un marques republicano, Orense, que no pensaba sino en la democracia, y le daba mas energía al contraste mi situacion. Allí, á la sombra de las alamedas y ante las imágenes de los monarcas, dos hombres enteramente distintos fraternizaban cordialmente.

Soledades divinas, alma del albedrío: alamedas, fresnedas y cañadas, fuentes que estais vecinas con la region del frio. . . . Vegas nunca agostadas: sotos nunca perdidos: valles siempre floridos: campañas siempre hermosas: azucenas y rosas, de este campo alegría, ya vuelvo á vuestra santa compañía.

Corriendo los días y rodando los expedicionarios, tan pronto en un puerto de mar como en una estación de secano, arrastrándose más que caminando la marquesa, a quien apenas bastaba una semana de reposo por cada hora de jornada, ninguno de los tres recogía el fruto sazonado de sus ilusiones: el padre, por lo que se ha visto; la madre, por lo que fácilmente se adivina, por enormes que sean las dosis de vanidad y de tonta presunción de que la supongamos henchida, y la hija, porque a medida que el tiempo pasaba sin que se cumpliera la promesa que en Madrid había hecho Pepe Guzmán de encontrarse con ella «donde menos lo pensara», crecían sus impaciencias «por el natural e insignificante deseo de salirse con la suya»; y la suya era que no se encontraría en parte alguna de su expedición veraniega con Pepe Guzmán; y no encontrándose con él, estaba autorizada para decirle, en broma, por supuesto, en cuanto le viera en Madrid: «¡valiente palabra es la palabra de usted!» Y con esta sola preocupación, se pagaba bien poco de todo lo que hallaba al paso; de preparar el éxito de sus exhibiciones en playas, alamedas y espectáculos, y mucho menos del tributo ofrecido a su belleza por la turba de tenorios contrahechos que a eso van a los «centros elegantes», y aun por otros admiradores de más seso y mejor arte.

Tambien tiene esta ciudad, por la parte del sur hasta el oriente, dilatadas campañas, donde tienen los vecinos y habitadores sus estancias de ganados mayores y menores, que son muchísimos; y heredades para su recreo, con mucha abundancia de todo género de granos y hortaliza: adornadas dichas heredades, con sus alamedas de diferentes árboles frutales, que cada una de ellas es un paraiso.

Con excepcion de Manzanares, villa de mas de 10,000 habitantes, donde, gracias al cercano riachuelo Azner, hay algunas alamedas vergonzantes que sorprenden al viajero en esas soledades, las demas poblaciones parecen vivir como en el desierto.

El canto de un pinzón se prolongaba infinitamente en las alamedas desiertas y mudas, sin obstáculos a la vibración, embebidas de aire húmedo y penetradas de silencio.

Volvió a encontrarse como en las Alamedas de Serranos, en una soledad relativa, mirando desde su banco la agitación de la feria y contemplando el cielo a través de las copas de los árboles, cuyas hojas, bañadas por el reflejo de la luz artificial, cambiaban su tono verde por un plateado mate. Allí, por un extraño capricho de su imaginación, pensó en los negocios.

Entre los paseos de Madrid, intramuros, su renombradísimo Prado, su inmensa calle de Alcalá, cubierta de alamedas en gran parte, y su laberinto y parque de la Fuente Castellana, tienen sin disputa la preeminencia; sin contar los hermosos jardines Botánico y del Retiro.

En cuanto a su madre, la conocía solamente de vista; la encontraba de cuando en cuando, en una plazoleta apartada, lejos de las alamedas por donde pasea la multitud.

A los lados de las alamedas, en las cunetas del riego, había charquitos de agua helada. De largo en largo se retorcían en la atmósfera las espirales azuladas que formaba el humo de las hoguerillas encendidas por los guardas.