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Actualizado: 16 de julio de 2025


Se enamoró locamente de esta señora, que era algo pariente suya. Le pidió ella un día, llorando, con las manos puestas sobre las cabezas de sus dos hijitos, uno de cuatro, otro de tres años, que no la buscara más. Acosta hizo todo lo posible para ahogar su pasión, viajó por el Paraguay, se fue después a Europa; pero volvió, triste, más enamorado que nunca.

Parecióme todo un juego de azar, y miré con indiferencia mi propio destino y el destino de los pueblos. En un estado tal, quise arrojarme desenfrenadamente á los placeres, quise ahogar el grito de mi dolor en el estrépito de la bacanal y de la orgía; mas en vano: mi corazon era ya la hoja que se desprende del árbol al soplo de las auras del otoño, mi actividad estaba muerta, muerta como mi alma.

Muchas veces, cuando más descuidado caminaba el hombre invencible, el hombre de acero con el trueno al hombro, los indígenas caían sobre él, lo enlazaban entre las lianas de sus brazos, y juntos chapuzábanse en la laguna como racimo de miembros palpitantes, contentos de perecer a cambio de ahogar al blanco.

Si en vez de ser un fantasma fuera un ser de carne y de sangre, si lo que he cometido fuera una falta, un crimen, lucharía contra él, lo derribaría con las últimas fuerzas de mi voluntad desfalleciente, o me dejaría ahogar por sus manos sangrientas, pero es algo inasible que se desvanece en el vacío: es un demonio que se burla de , un vapor que me rodea... y cuyo veneno sin embargo me mata lentamente.

Nada más fácil ni más tentador que llevar hasta allí a Germana, como el águila se lleva a un cordero blanco por el aire, y tenderla bajo tres pies de agua, ahogar sus gritos bajo las olas y comprimir sus esfuerzos hasta el momento en que una convulsión postrera hiciera una nueva condesa de Villanera.

Gritaba como un niño y al mismo tiempo se arrepentía, queriendo ahogar inútilmente sus gemidos. Era otro el que gritaba dentro de él; otro al que hasta entonces no había conocido, que tenía miedo y lloriqueaba, no calmándose hasta que bebía media docena de tazas de aquel brebaje ardiente de algarrobas e higos que en la cárcel llamaban café.

Gabriel lamentaba la suerte de la pobre joven, viendo cómo la había devuelto al mundo después de su fuga del hogar. Las consecuencias de su mal la martirizaban de vez en cuando con horribles dolores que ella procuraba ahogar. Si sonreía, sus dientes se mostraban ennegrecidos y rotos por la absorción del mercurio, entre unos labios de triste color de violeta.

¿Cómo te llamas? dijo Lady Clara fríamente, quitando de sus vestidos las pequeñas y no muy limpias manos de la niña. Tarolina. ¿Tarolina? ... Tarolina. ¿Carolina? ... Tarolina. ¿De quién eres? preguntó aún más fríamente para ahogar un incipiente temor. ¡Caramba! soy tu niña dijo la criatura sonriendo.

Sólo quedaba, allá en lo más hondo, un pequeño rincón, donde no penetraba bien la luz, y donde, de cierta manera confusa, había como un germen, como una semilla apenas perceptible de disgusto y de intranquilidad. Doña Luz, sin darse bien cuenta de ello, por instinto salvador, trataba de arrancar aquella semilla, de ahogar aquel germen, a fin de que no brotase de él la hierba ponzoñosa.

Una nacion, como un individuo, es siempre lógica; providencial y santamente lógica, en materia de no ahogar su genio; en tender dia y noche á que su genio triunfe. ¿Cómo el hombre dado al retiro no ha de buscar la soledad? ¿Cómo el goloso no ha de buscar el plato en que sueña? ¿Cómo un enamorado no ha de pensar en la mujer que ama?

Palabra del Dia

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