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Actualizado: 15 de julio de 2025
Lo mismo hizo el de Bélgica... Pero conocemos sus astucias y sabremos castigarlas. El pueblo iba á ser incendiado. Había que vengar los cuatro cadáveres alemanes que estaban tendidos en las afueras de Villeblanche, cerca de la barricada. El alcalde, el cura, los principales vecinos, todos fusilados. Visitaban en aquel momento el último piso.
Y le mostró en el fondo de una caja clavos, tachuelas, dos martillos rotos, todo de hierro viejo recolectado en sus excursiones por las afueras y traído a casa con una minuciosidad que le hacía aprovechar cuantos objetos veía en el suelo. Si la señora necesitaba botones, hilos o agujas, también encontraría gran provisión en una tabla de la biblioteca.
El tabernero, prescindiendo de consultar a su hijo, organizaba corridas en las plazas de Tetuán y Vallecas, siempre «corriendo con los gastos». Estas plazas de las afueras estaban abiertas a todos los que sentían el deseo de ser corneados o pateados por un toro a la vista de unos cuantos centenares de espectadores. Pero los golpes no eran gratuitos.
Además, en las afueras le salen algunos rabos a la villa, donde han edificado suntuosas casas los indianos. Son lo que pudiera llamarse el ensanche de la población. Al llegar la columna caminando por la calle de Atrás, cerca de la de Santa Brígida, oyó gritos y lamentos que la obligó a hacer alto. ¿Qué es eso, Marcones? preguntó el alcalde.
A Teruel fáltanle paseos, aunque con este nombre existen el llamado Obalo, sin duda por su figura, y el de la Glorieta, que ahora nada tiene de esto, pero sin embargo, es un regular sitio en algunas épocas del invierno: sirven de paseos las afueras de la ciudad y cruceros de la vega que si bien no merecen este nombre por faltarles flores y arbolado, pueden suplirlos: en cuanto a las afueras, la mejor es la carretera de Zaragoza, por cuyo punto la entrada en Teruel es amena y agradable, dominándose desde ella toda la vega.
Se separaron en las afueras de Jerez. Rafael se marchaba al cortijo. Quería estar allí, ya que tenía noticia de lo que se preparaba para la tarde en los llanos de Caulina. Va a haber bronca, y gorda. Dicen que hoy se lo reparten too y lo queman too, y que se van a cortar más cabezas que en una batalla de moros... Yo a Matanzuela, y al primero que se presente con mala intención lo recibo a tiros.
Yo, sin atender a las exhortaciones del clérigo que iba a mi lado, asomaba la cabeza por la ventanilla explorando con los ojos la calle, las puertas y los balcones de las casas. Nada, ni un ser humano parecía. Allá en las afueras de la población, distinguí dos niños que corrían sofocados hacia la puerta de una casa, desde la cual su madre les llamaba a gritos.
Algunas veces había encontrado en el caldo agujas de coser, hilos, dedales y hasta juguetes de niño. ¡Y pensar que otros del barrio, que sólo tenían casas de éstas, habían de alimentarse con tal bazofia, después de limpiarla como podían!... Ella la destinaba a sus cerdos. Por eso se los pagaban los tratantes de las afueras a más precio. Sólo los alimentaba con las sobras de los señores.
Y miraba hacia los Cuatro Caminos, como si en las barriadas miserables de los trabajadores se cobijasen gentes crapulosas que hubieran pasado aquellas fiestas en plena bacanal. Isidro le indicó que debía volver al centro de Madrid, si deseaba convertir grandes pecadores: en las afueras sólo encontraría infelices que, no teniendo el pan necesario, mal podían pensar en locuras.
Gozaba yo entonces de hermosa libertad. Mis mejores amigos eran Celesto y Angustias, la hija de Belarmino. Pasábamos juntos dos o tres horas todos los días, bajo los arcos de la plaza en tiempo lluvioso, y los días serenos, de paseo en el parque o de excursión por las afueras, a coger flores y nidos, cazar grillos y pescar ranas. De Belarmino ya le he hablado.
Palabra del Dia
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