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Actualizado: 15 de julio de 2025
El mundo, para marchar bien, debía organizarse con arreglo a las sanas tradiciones... Lo mismo que su casa. Un sábado por la tarde, Fermín Montenegro, al salir del escritorio encontró a don Fernando Salvatierra. El maestro dirigíase a las afueras de la ciudad para dar un largo paseo.
Otra vez pensó el viejo en su propia suerte. ¿Adonde le llevaba este teniente á través de tantas visiones de horror?... Llegaron á las afueras del pueblo, donde los dragones habían establecido su barricada. Las carretas estaban aún allí, pero á un lado del camino. Bajaron del automóvil. Vió un grupo de oficiales vestidos de gris, con el casco enfundado, iguales en todo á los otros.
¿Quiere usted hablar o no? ¡Maldita sea mi suerte! Allá voy... Ya sabe usted, Tristanito, que a mí no me gusta pasearme por las calles y que muchos días monto a caballo y me salgo por las afueras. Sí, sí, ya lo sé. ¡Adelante! Y que suelo comer donde me pilla... a lo mejor en cualquier taberna... Creo que con eso no ofendo a nadie y que usted no me despreciará, ¿verdad, señor Aldama?
Seguí hasta las afueras de la ciudad, a fin de gozar, siquiera fuese por breves horas, del magnífico panorama que se extendía delante de mí: variado lomerío, dilatada llanura, espesas arboledas que dan pintoresco fondo a la capilla de San Antonio, una iglesita que tiene aspecto de melindrosa vejezuela. Faldeando la colina va el camino de la sierra, desde allí quebrado y pedregoso.
Si alguna vez pensaba en los infelices, era para levantar en sus afueras monasterios, donde las imágenes de palo estaban mejor cuidadas que los hijos de Dios, de carne y hueso; conventos de monstruosa grandeza, cuyas campanas tocaban y tocaban en el vacío, sin que nadie las oyese. Los pobres, los desesperados, no entendían su lenguaje: adivinaban lo falso de su sonido.
De vez en cuando circulaba entre ellos un soplo de esperanza. Madrid iba a tener un gran matador. Acababan de descubrir a un novillero, hijo de las afueras, que, después de cubrirse de gloria en las plazas de Vallecas y Tetuán, trabajaba los domingos en la plaza grande en corridas baratas. Su nombre se hacía popular.
Para ustedes... Ustedes son tan pobrecitos como los que yo visito en las afueras... Pero no llore usted: ya vendrán días mejores; Dios aprieta, pero no ahoga. Y reía de su caritativa malicia, que quedaba en el misterio, sin que el señor de Maltrana pudiese sospecharla. El joven también debía sus favores al «santo». Señor Vicente, con este mes ya van tres que no le pago.
Ya en el siglo XVIII, y en tiempos del Asistente Dávalos, se formó una glorieta adornada con árboles, fuente, pirámides y asientos que fué la admiración de nuestros antepasados, mas aquel sitio puede decirse que no llegó á embellecerse por completo y á convertirse en uno de los más hermosos de las afueras de Sevilla, hasta los años en que ejerció el cargo de Asistente el célebre D. José Manuel de Arjona, á quien se debieron no pocas mejoras materiales de la población.
Yo, sin atender a las exhortaciones del clérigo que iba a mi lado, asomaba la cabeza por la ventanilla explorando con los ojos la calle, las puertas y los balcones de las casas. Nada, ni un ser humano parecía. Allá en las afueras de la población, distinguí dos niños que corrían sofocados hacia la puerta de una casa, desde la cual su madre les llamaba a gritos.
Al día siguiente, Tirso metió en una balija y un baúl pequeño parte de sus ropas, y cuando cerró la noche, acompañado de un labriego de su confianza, se encaminó a la ciudad, en cuyas afueras le esperaba un criado, que cargó con el equipaje.
Palabra del Dia
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