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Actualizado: 12 de junio de 2025


Salía en coche a dar largos paseos con Cecilia o con Ventura, y solía llevar a su nieta Cecilita, en quien adoraba. Don Rufo hablaba de la necesidad de trasladarse a otro clima, a otro país más elevado sobre el nivel del mar, donde el aire tuviese menos presión.

En vano le dije que sería mi mujer; en vano le dije que la adoraba con profundísimo amor; también le mostré mi dinero, prometiéndole gastar una buena parte en huir para siempre de Madrid y de España, si así lo deseaba. ¡Infeliz de !

Una temporada adoraba a los Padres de la Compañía y no encontraba misa buena ni sermón aceptable, si no era en su iglesia: pero de pronto se cansaba de la sotana, le seducía el hábito con capucha, según sus colores, y abría su caja y las puertas de su hotel a los Carmelitas, a los Franciscanos o a los Dominicos establecidos en Jerez.

Eran su orgullo. Después de las mujeres venales, el Marquesito adoraba los animales mansos, sobre todo perros y caballos. Lo de convidar al Magistral había sido un complot entre Quintanar, Paco y Visitación. La idea se debía a la del Banco. Era una broma que quería darle a Mesía; quería ver al confesor y al diablo, al tentador, uno en frente de otro.

Guimarán estaba triste sin cesar; aquel sol de Justicia que adoraba, tenía sus eclipses y el espectáculo de la maldad ambiente desanimaba al buen ateo hasta el punto de hacerle dudar del progreso definitivo de la Humanidad. «Laurent decía bien, estábamos nosotros mucho más adelantados que los bárbaros. ¡Pero había cada pillo todavía! ¿Y la amistad?

Catalina Flórez puso entonces sus ojos y sus esperanzas, para curarse, en una imagen de la Vírgen, que se adoraba en un retablo situado en un ángulo de la calle del León, de Madrid, y celebró en su honor una novena, con tal celo, que hasta pasó las noches en la calle.

Lo vio Mesía que adoraba este gesto de la Regenta, y sin poder contenerse, fuera de su plan, natura naturans, exclamó: ¡Qué monísima! ¡qué monísima! Pero lo dijo con voz ronca, sin conciencia de que hablaba, muy bajo, sin alarde de atrevimiento. Fue una fuga de pasión, que por lo mismo importaba más que una flor insípida, y no era una desfachatez.

Se la adoraba, sin que ella hubiese pensado jamás en hacerse adorar, en todas las irradiaciones de su carácter y de sus hechos. El rostro de los aldeanos que la veían pasar, acompañada de sus hijas, para ir al templo o viniendo de visitar sus chozas, tomaba una expresión tierna y grave a la par, como si fuera la imagen de la caridad la que pasaba por su lado.

, era feliz, lo era más de lo que él mismo hubiera podido decir mientras el break que había ido a buscarle, a él y a otros convidados, rodaba hacia Argicourt. En primer lugar, adoraba el Rally-paper, una cacería tan divertida, en la que la caza no da distracciones. Además el barón era un excelente camarada, sencillo, cordial y de una amabilidad perfecta.

La explicaba cómo una serie de transiciones invencibles me había conducido poco a poco desde la indiferencia a la atracción, del temor al vasallaje, de la añoranza en la ausencia a la necesidad de no separarme nunca de ella, de la visión de que iba a perderla a la certidumbre de que la adoraba, del afán por su tranquilidad a la mentira, en fin, de la voluntad de callar siempre al afán irresistible de confesárselo todo y de pedirle perdón después.

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