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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Adivinaba más que percibía los preparativos que la servidumbre estaba ejecutando en obsequio de aquella vil mujer que le había revelado toda la negrura y todo el dolor de la existencia: «Ahora bajan la lámpara del comedor... Ahora sacan la vajilla... Deben de estar haciendo la cama... Ha salido gente: será Rufino a buscar a la tienda alguna cosa... Parece que están hablando en el gabinete azul...»
Me asaltó el presentimiento de que Linilla no escribía por alguna otra causa, y, a decir verdad, me creía yo culpable, y me pareció que Angelina adivinaba que la señorita Gabriela le robaba mi amor. Linilla no me quiere; Linilla no me ama; Linilla desea olvidarme, pensaba yo.
Adivinábase en su mirada cierta extrañeza por el rudo exterior del torero, por la diferencia entre ella y aquel mocetón matador de bestias. El también adivinaba este vacío que parecía abrirse entre los dos. La veía como si fuese distinta mujer: una gran dama de otro país y otra raza. Hablaron tranquilamente.
Se negaba á continuar su carrera: quería embarcarse, alegando que para esto se había hecho piloto. En vano doña Cristina impetró el auxilio de parientes y amigos, prescindiendo del Tritón, pues adivinaba su respuesta. El hermano rico de Barcelona fué breve y afirmativo: «¿Si eso le da dinero?...» Los Blanes de la costa mostraron un sombrío fatalismo.
Formaban una larga cinta viviente, y aunque eran numerosos, en sus gritos se adivinaba un sentimiento de soledad, el temor de una interminable noche fría, una queja dolorosa. Varios grajos se destacaron de la bandada, y cuando estuvieron más cerca, pudo verse que cuatro de ellos perseguían a otro; después todos desaparecieron tras el bosque.
Quería resarcirse ampliamente de su pasada miseria, abasteciendo su granero, de modo que no le faltara trigo si el mal tiempo llegaba. Pero había un ojo que seguía sus maniobras, alguien que adivinaba sus cábalas: Casilda.
Nuestro estudiante se sintió profundamente conmovido; guardó silencio un instante y no queriendo preguntar más porque adivinaba vagamente que algo terrible le querían comunicar, dijo únicamente: Bien, mañana por la mañana tomaré el tren mixto. Es inútil repuso Valle, después de vacilar un poco.
Parecía una gran lengua. Junto a ella se adivinaba, más bien que se veía, un hueco, un tragadero, oculto por espesas yerbas, como las que tuvo que cortar D. Quijote cuando se descolgó dentro de la cueva de Montesinos. La Nela no se cansaba de mirar. ¿Por qué dices que está bonita esa horrenda Trascava? le preguntó su amigo. Porque hay en ella muchas flores.
Sintiose el joven particularmente cautivado por aquella mirada, donde adivinaba cierta misteriosa simpatía; no sólo su amor propio se sintió halagado por las insistentes miradas de la joven, sino que experimentó un sentimiento de atracción, que le arrastraba hacia ella. Contentose, al principio, con decir para sí: ¡Qué niña tan bonita!
No entendía lo que le decían los camaradas, y con el rostro intensamente pálido, frunciendo las cejas como para concentrar su atención, balbuceaba sin saber lo que decía: ¡Fuera too er mundo! ¡Ejarme solo! Mientras tanto, en su pensamiento seguía cantando el terror: «¡Hoy mueres! ¡Hoy es tu última cogida!» El público adivinaba los pensamientos del espada en sus desacompasados movimientos.
Palabra del Dia
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