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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Cuando le adivinaba interesado por un volumen, exigía inmediata participación: «Cuéntame el argumento». Y el «secretario» no sólo hacía la síntesis de comedias y novelas, sino que le comunicaba el «argumento» de Schopenhauer ó el «argumento» de Nietzsche... Luego, doña Luisa casi vertía lágrimas al oir que las visitas se ocupaban de su hijo con la benevolencia que inspira la riqueza: «Un poco diablo el mozo, pero ¡qué bien preparado!...»
Apoyó luego la cabeza en las rodillas, y así estuvo largo rato, fumando con los ojos fijos en el mar. Se adivinaba que iba á decir algo interesante, algo que arañaba el interior de su frente pugnando por salir. Al fin habló con lentitud, sin dejar de mirar al golfo. De vez en cuando se arrancaba de esta contemplación, para fijar los ojos en Ulises, midiendo el efecto de sus palabras.
Era bonita y recogida y adornada con esmero; por donde se adivinaba bien que no eran manos de hombres las que la cuidaban. Estaba, hasta el sitio que yo ocupaba, llena de bancos de madera, colocados unos detrás de otros como las butacas de un teatro, dejando igualmente en el centro calle para el paso.
Debajo de las frases irónicas y cínicas del mayorazgo de Montesinos adivinaba un estudio largo de la materia, un sistema meditado y completo. Para combatir este sistema y los razonamientos que la impiedad puede alegar era menester conocerlos de antemano, discutirlos y ponderarlos previamente en la cabeza, para luego, al aparecer en la boca del incrédulo, destruirlos, hacerlos polvo.
Emblema vivo de la dicha, la he visto y la he sentido gozando, masque por la contemplación de su hermosura, con los presentimientos en que el alma adivinaba las dichas que pudiera darme.
¡Cómo debían odiarle aquellas gentes!... Estaban lejos, y no obstante adivinaba su nombre sonando en todas las bocas. En el zumbar de sus oídos, en el latir de sus sienes ardorosas por la fiebre, creyó percibir el susurro amenazante de aquel avispero.
Jacinto marchaba con paso ligero hacia Fresnedo por el camino llano de Entralgo, en vez de tornar por el monte como había venido. Era más largo, pero no tenía prisa de llegar á casa. Su corazón necesitaba narrar su dicha á los árboles y al río, al valle y á los montes, á la luna y á las estrellas. Y como adivinaba que la tarea iba á ser larga, procuró dar un rodeo para ganar tiempo.
Las hachas subían y bajaban, abriendo profundo surco, en las muescas marcadas en los troncos. Volaban las astillas y cada vez que sonaba un golpe más fuerte, más certero, extendíase por la plaza un rumor de aprobación. El inmenso público adivinaba la marcha de los cortes sin necesidad de verlos.
Juan, toda la vida serás un miserable. ¿De qué te sirve guardar tanto dinero...? ¿Vas a llevarlo al otro mundo? ¿Yo...? Pienso retardar todo lo posible ese viaje, y tiempo me queda para malgastar antes los cuatro cuartos que guardo.... No quiero que nadie se ría de mí después de muerto. Doña Manuela púsose seria, más que por lo que decía su hermano, por lo que adivinaba en su mirada.
En su pensamiento, asociaba la sonriente bondad de Roussel con la sequedad angulosa de la señorita Guichard y no se daba cuenta de la posibilidad de una unión entre estos dos seres tan poco á propósito para entenderse. En verdad, comprendía que se hubiesen repelido, como los elementos afines de la electricidad, y adivinaba qué sacudidas habían debido producir esas corrientes encontradas.
Palabra del Dia
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