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La cándida miss se había fiado de su palabra, que él tenía acaso entonces intención de cumplir, y, para captarse las simpatías de su futura suegra, había aceptado el papel dictado por aquel a quien consideraba como su legítimo dueño y señor ante Dios y ante los hombres. Hemos visto lo que había resultado.

Interrumpió ella su contemplación del panorama al sentir los labios de Ferragut que intentaban acariciar su cuello. ¡Quieto, capitán!... Ya sabe usted lo que hemos convenido. Recuerde que he aceptado su convite con la condición de que me dejará en paz. Permitió que el beso se pasease por su mejilla, llegando hasta su boca. Esta caricia estaba ya aceptada: tenía la fuerza de la costumbre.

Señores: Mis compañeros de Gabinete me han conferido el encargo que yo he aceptado y voy á cumplir como una honra de valor inestimable de dirigir en nombre del Gobierno su saludo, y con su saludo el homenaje fervoroso de su admiración y de su entusiasmo á este Ejército heroico, glorioso, abnegado y triunfal de la República y de manera especial á su ilustre y victorioso general en Jefe que, apoyado en el amor y en el patriotismo de su pueblo han logrado salvar para la causa de la civilización y libertad cubana, la República y la personalidad política cubana, asegurándonos lo hermoso de nuestra propia nacionalidad.

Desgraciadamente, esta profecía permanece guardada como santa reliquia en el almacén de algún librero que ha aceptado el tomo en comisión. Esta es una de las soluciones. Otra consiste en que D. Modesto Fernández y González interponga su influencia para que el Ministerio de Fomento le tome quinientos ejemplares con destino a las bibliotecas públicas.

El romancista, que estimaba á don Silvestre porque sabía latín, le propuso el cambio de sus periódicos, y desde luego fué aceptado. No tardó en sucederle á Seturas con los artículos de fondo algo parecido á lo que á don Quijote le sucedió con los libros de caballerías: fascináronle sus írases y acabaron por extraviarle el poco criterio que tenía, amarrándole completamente á la opinión del diario.

Necesitaba un abogado: era extranjera; la opinión pública, influenciada por los exagerados relatos de los periódicos sobre su belleza y sus joyas, mostraba una animosidad feroz, pidiendo su pronto castigo. Nadie quería encargarse de su defensa, y por eso mismo él la había aceptado, sin miedo á la impopularidad.

El choque de mi hijo político con los canallas que pretenden insultarle... Mire usted, Duque; si toma a mal la súplica que acabo de hacerle, se equivocará mucho... Nosotros estamos tan honrados con su estancia en nuestra casa, que nada nos ha causado tanto orgullo como esa preferencia... Mi marido la ha solicitado con empeño, y ha recibido gran alegría cuando supo que usted había aceptado su invitación... ¿Cómo puede nadie figurarse que yo no me encuentre satisfecha teniendo en mi casa a una persona tan elevada, yo que soy una pobre mujer del pueblo, hija de un marinero, nieta de un sereno, a quien toda la villa llama la Serena, como llamaron a mi madre y a mi abuela?... Verdad que si hubiera sido hace algunos años, estaría más orgullosa... Los desengaños, las tristezas, van labrando la soberbia... Pero de todos modos estoy muy contenta, y sólo el temor a los grandes disgustos que pueden venir a mis hijos, me ha obligado a dar este paso... que usted me perdonará...

En un grupo, una señorita muy espiritual ofrecía un «pálpito» a un mozo, ligeramente atezado, miembro de la embajada del Brasil. «Muito obrigado repuso éste, agregando, con el fino y galante romanticismo de su país ; pero a ese «pálpito» prefiero, hermosa señorita, el órgano con que usted palpita». «¡Ay, qué graciosoexclamó la muchacha «¡Es una declaración en toda reglaañadieron a coro los del grupo, celebrando aquel rasgo espiritual. «¡Aceptado! ¡aceptadodecía ella, riéndose y siguiendo la broma.

Os daré... la traición que haré por vos á mis amigos. ¿Es decir?... Que sabréis cuanto piensan Olivares, Zúñiga, Sástago, Mendoza, cuantos están contra vos, y de los cuales seguiré fingiéndome amigo. Aceptado dijo Lerma, tendiendo la mano crispada á su hijo ; aceptado, señor duque de Uceda. Pero se me ocurre una cosa. ¿Qué? Conocen nuestros secretos dos hombres.

Puesto que el pastor bailaba, no había, pues, razón alguna para que ese acto no fuera aceptado como una parte del orden de las cosas, lo mismo que si se tratara del squire.