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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Todos llegarían apresuradamente, dando tumbos y tropiezos, y dirigiendo con espanto y horror las miradas hacia el tablado fatídico. ¿Y á quién percibirían allí á la luz rojiza de la aurora? ¡Á quién, sino al Reverendo Arturo Dimmesdale, medio helado de frío, abrumado de vergüenza, y de pie donde había estado Ester Prynne!
Perseguido por sus acreedores, lleno de desengaños y abrumado por la miseria, Silvestre Paradox se escapa de Madrid y se va a Valencia. ¡Quién sabe cuántas cosas interesantes o divertidas pueden ocurrirle después! Bástenos por lo pronto que nos diviertan las que ya el Sr. Baroja nos ha contado.
El hombre que se siente abrumado bajo el peso de un grave secreto, debe evitar especialmente la intimidad de su médico; porque si éste se hallare dotado de natural sagacidad y de cierto no sé qué, á manera de intuición; si no demuestra vanidad importuna, ni cualidades características desagradables; si tiene la facultad innata de establecer tal afinidad entre su inteligencia y la de su paciente, que éste llegue á hablar, con llaneza y por descuido, lo que se imagina haber pensado solamente; si tales revelaciones se reciben en silencio, con una simple mirada de simpatía, ó á lo más con una que otra palabra en que se dé á entender que todo se ha comprendido; y si á estas cualidades necesarias á un confidente se unieren las ventajas que presta la circunstancia de ser médico, entonces, en un momento inevitable, el alma del paciente se abrirá descubriendo á la luz del día sus más ocultos misterios.
Padre, padre dijo D. Carlos respirando fuerte, porque estaba abrumado bajo el insoportable peso del sermón , eso no puede ser. Hay roturas que no pueden soldarse nunca, nunca, ni en el cielo. Suponga usted que yo me retiro a un desierto, hago penitencia, me santifico, muero, me salvo y entro en el reino de Dios como bienaventurado, más aún, como santo.
Abrumado su espíritu y llena de terrible perplejidad con las noticias que le comunicaba el capitán del buque, se vió además sujeta en aquellos momentos á otra clase de prueba.
Parece quese decian uno á otro: Nos adoramos, y tememos amarnos; ámbos ardemos en un fuego que condenamos. De la conversacion de la reyna salia Zadig fuera de sí, desatentado, y como abrumado con una caiga con la qual no podia.
Pero Tristán no resollaba, había perdido el conocimiento y yacía debajo de la cabalgadura abrumado bajo el peso de ella. Clara corrió a él y con un supremo esfuerzo logró arrancarlo de aquella situación. El caballo no quería moverse; debía de estar herido. ¡Socorro! ¡socorro! gritó desesperadamente. Pero nadie había entonces por los contornos y sólo el campo y los pájaros oyeron sus gritos.
Llevarás una visita mía. ¡El viejo te recibirá mejor que al rey! Y diciendo y haciendo, sentose el prohombre a la mesa atestada de periódicos, cartas y libros, y tomando un pliego de timbrado papel, dejó correr la mano garrapateando el blanco folio con su letra precipitada, ininteligible casi, de hombre abrumado de asuntos.
Me haría usted, D.ª Rafaela, un favor inmenso, que no olvidaría jamás, si la encomendase a Dios en sus oraciones. Con todo mi corazón. Pierda usted cuidado. No dejaré un día de rezar por ella y en el aniversario confesaré y comulgaré por su intención. ¡Oh, señora, eso es demasiado! exclamó Llot abrumado por tanto favor. Eso no significa nada. Ya sabe que yo me confieso cada ocho días.
En 1881, a propósito de la traducción italiana de este libro, Sarmiento escribía: «No vaya el historiador en busca de la verdad gráfica a herir en las carnes del Facundo, que está vivo; ¡no lo toquéis!; así como así, con todos sus defectos, con todas sus imperfecciones, lo amaron sus contemporáneos, lo agasajaron todas las literaturas extranjeras, desveló a todos los que lo leían por la primera vez, y la Pampa Argentina es tan poética hoy en la tierra como las montañas de la Escocia diseñadas por Walter Scott, para solaz de las inteligencias . Y luego los ricos no despojen al pobre quitándole la venda de los ojos a los que lo traducen, cuarenta años justos después de haber servido de piedra para arrojarla ante el carro triunfal de un tirano, ¡y cosa rara!, el tirano cayó abrumado por la opinión del mundo civilizado, formada por ese libro extraño, sin pies ni cabeza, informe, verdadero fragmento de peñasco que se lanzaron a la cabeza los titanes...» . Exageraba el autor, sin duda alguna, en ese fragmento, la importancia «cívica» de su obra, atribuyendo a sólo ese libro lo que fué penoso esfuerzo de toda una generación; pero nadie podrá negar que tal fragmento define, con maravilloso acierto de autocrítica, la verdadera condición «literaria» del glorioso panfleto .
Palabra del Dia
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