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Pero antes no estará de más correr este cerrojo, que estamos en casa extraña. Acuéstate y duerme. Con esto se tendió el arquero en su jergón y á los dos minutos dormía profundamente. Imitóle Roger, pensó que serían ya cerca de las tres de la mañana y dormitando se hallaba cuando le pareció que alguien empujaba y hacía crujir la puerta del cuarto, procurando en vano abrirla.

Antes de abrirla se detuvo un instante, avergonzándose de su presunción. ¿Cómo había llegado a suponer... ¿Pero por qué diablo se le había metido en la cabeza?... Y, sin embargo, no podía desecharla. Era ella, era ella; no le cabía duda alguna. Levantó el pestillo de la gran puerta de madera pintada de verde, y entró. La corrada era grande. Veíanse arrimados a la pared varios enseres de labranza.

No sabía lo que ocurriría en ese momento, y no se atrevía a pensarlo. Y a toda hora sentía que la pobre vieja estaba allí, muy cerca. Estaba seguro de que se paseaba por el bosque vecino, con su gorro de pieles, y de que se ocultaba debajo de la mesa, debajo de la cama, en todos los rincones obscuros. Durante la noche permanecía en pie detrás de la puerta, tratando de abrirla suavemente.

Cuando pasaron dos o tres horas, la tristeza había crecido lo bastante para quedar señora del campo. A la caída de la tarde vino un suceso imprevisto a cambiar por completo el curso de mis emociones. Cuando regresaba a casa para comer, hallé a Paca esperándome a la puerta para entregarme una carta de Gloria. No quise abrirla delante del emisario, y traté de despedirlo lo más pronto posible.

El joven parecía petrificado; miraba la tumba como si hubiera querido volver a abrirla con los ojos, y el viento le subía el cuello de la capa militar por arriba de las orejas. El pastor le palmeó suavemente el hombro: Señor barón, ¿quiere permitirle a un viejo que le dirija algunas palabras?

En esta operación sentí que cedía bajo mi mano la tabla del fondo, y quedaba descubierto un hueco. En este hueco había una cajita muy bella de madera labrada. Traté de abrirla y la abrí sin esfuerzo: estaba llena de dinero, casi todo en onzas muy antiguas. Cerré la caja; ajusté la tabla que cubría el hueco, dejándola cuidadosamente como estaba, y me callé.

Avrigny y su sobrina cambiaron una mirada de inteligencia, pues los dos supusieron en el acto cuál sería el contenido de la misiva de Amaury. El doctor dijo al criado: Venga la carta y di a Germán que espere un momento y podrá llevarse la respuesta. Pocos instantes después tenía Avrigny la carta entre sus manos sin atreverse a abrirla. ¡Valor, tío! díjole Antoñita para darle ánimo.

Se levantó temblando, se acercó de puntillas y quitó las ropas: la puerta estaba cerrada y tenía el pasador echado; pero... ¿podrían abrirla desde la parte opuesta? Mejor dicho: ¿podría Juan entrar por allí? «No me acuesto», pensó; y volviendo a sentarse en la butaca, dejó pasar unos minutos, que le parecieron siglos.

Su deseo le parece todopoderoso; va a forzar la ventana de abajo, a abrirla y... Oye un leve chirrido de goznes... después se abre una de las hojas; y, atrevidamente inclinado hacia fuera, envuelto en sus cabellos destrenzados que flotan, el rostro de Gertrudis se levanta hacia él, mudo y apasionado. Permanece así un segundo... y desaparece. ¿Debe gritar de alegría, debe llorar? No lo sabe.

eres Sherlock Holmes...» Una manía de borracho que a última hora se apoderó de . Y luego empecé a aporrear la puerta vecina, la del misterio, pugnando por abrirla. Se me había metido en la cabeza que el amigo Holmes llevaba oculta en este camarote a una princesa rusa que viaja de incógnito y va a casarse con un jefe de tribu del Gran Chaco. Fantasías del alcohol, querido Ojeda.