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Está meditando sobre un objeto, al parecer no adelanta; con la atencion sobre una cosa, diríase que está dormitando. No importa; no le violenteis; mira si descubre algun indicio que le guie; se asemeja al que tiene en la mano una cajita cerrada con un resorte misterioso, en la cual se quiere poner á prueba el ingenio, por si se encuentra el modo de abrirla.

Apenas Inesita se quedó sola miró el sobrescrito de la carta, y, sin emoción, casi sin curiosidad, al menos perceptible, iba a abrirla y a leerla, cuando apareció en escena un nuevo personaje, que hizo que la muchacha se guardase precipitadamente la carta en el bolsillo. Este nuevo personaje era el ama Teresa.

Al anochecer, sus pasos le llevaron hacia el bar, con un impulso irresistible que se burlaba de todos los consejos de la prudencia. La puerta de cristales se resistió á su mano nerviosa, tal vez porque manejaba el picaporte con demasiada fuerza, y el capitán acabó por abrirla dando una patada en su parte baja, que era de madera.

Había dentro un mecanismo ingenioso, formado por varios tubos de pistola en forma de abanico, que disparaban al meter la llave en la cerradura y abrir la tapa. Según me dijo Garmendia, unos años antes habían enviado una caja igual al general Eguía, y al abrirla se le destrozaron las manos.

Llegaron sin tropiezo á la puerta de la torre y el escudero francés, que procuraba abrirla, lanzó de repente un grito de angustia y desesperación. ¡Esta no es la llave! exclamó, y fuera de dió dos pasos en dirección del ala del castillo que acababan de dejar, como si quisiera ir á pedir al cadáver de su señor la llave salvadora.

En tan largo espacio de tiempo no había permitido la madre que fuese abierta por nadie la fúnebre alcoba; no había querido abrirla ella misma, porque la miraba como a una tumba y las tumbas no se abren. Pero en aquella ocasión decidiose a quebrantar su propósito. Ya desde París había traído la idea de realizar aquel acto tristísimo.

Al entrar al fin en la última calle, ya tenía el niño la mano en la llave de la portezuela, dispuesto a abrirla, asomando al mismo tiempo la carita, porque de seguro estarían esperándole en algún balcón su padre, su madre, o Lilí, o quizá los tres juntos... Ya les enseñaría él desde allí abajo los premios, y creerían que no era más que uno, y verían luego que eran cinco y dos excelencias. ¡Qué risa entonces!... Pero los balcones estaban todos cerrados, y no se veía en ellos alma viviente.

Yo tenía perdido el conocimiento aunque me mantenía de pie. Como pude me arrastré hasta mi habitación; sólo tenía un afán, que no me encontraran desmayado en la escalera. Llegado que hube delante de mi puerta, aun antes de poder abrirla, ya no me fue posible sostenerme más. Maquinalmente me aseguré de que nadie había en el corredor.

De pronto, el despierto oído de Fortunata, cuyo pensamiento estaba reconcentrado en la trampa que a su parecer se le armaba, creyó sentir ruido en la puerta. Parecía como si cautelosamente probaran llaves desde fuera para abrirla.

Damos nuestra palabra de honor de observar la tregua convenida. No confíe usted en ellos murmuró Antonieta. Podemos hablar perfectamente sin abrir la puerta dije. Pero también puede usted abrirla cuando le parezca y disparar repuso Dechard, y aunque lo mataríamos, siempre moriría también uno de nosotros. ¿Da usted su palabra de no hacer fuego mientras hablemos? Desconfíe usted repitió Antonieta.