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¡Tou! ¡Tou! ¡Tou!... ¡Ya somos hermanos! Un ángel y un demonio me están abriendo la sepultura, a la luz de un cirio. El ángel cava, el demonio cava... Uno a la cabecera, otro a los pies... El demonio con una guadaña, el ángel con una concha de oro. ¿No los ves, hermano Fuso Negro? El ángel cava, el demonio cava....Uno a la cabecera, otro a los pies....

¡Cómo! ¿Un pliego? exclamó lleno de asombro, abriendo desmesuradamente sus grandes ojos saltones . ¿Quién les ha contado semejante patraña? No es patraña: yo mismo he visto su firma de usted dijo uno de ellos, el marqués de Arbiol. ¿Mi firma? No puede ser. Amigo Salabert, le digo a usted que yo mismo he visto la firma: "Antonio Salabert, duque de Requena" replicó Arbiol con firmeza y muy serio.

Después del entierro, y pasados los nueve días de duelo, la señora Rosa dijo un día a don Modesto: Don Modesto, siento mucho tener que decir a usted que es preciso separarnos. ¡Separarnos! exclamó el buen hombre abriendo tantos ojos y poniendo la jícara de chocolate sobre el mantel, en lugar de ponerla en el plato . ¿Y por qué, Rosita?

La voz era profunda, particularmente al terminar los períodos: al principiarlos, más gangosa que profunda. Los rostros de los feligreses expresaban aburrimiento resignado. Las mujeres, sentadas en el suelo, miraban cara a cara al cura con ojos distraídos. Los hombres de la puerta bostezaban, abriendo la boca hasta descoyuntarse las mandíbulas.

Y luego, exaltado, abriendo mucho sus ojos tristes, golpeándose la frente: ¡Ah, mi espíritu, mi espíritu!... ¡Mi vida perdida, mis energías muertas!... ¡Ah, el desconsuelo de sentirse inerte en medio de la vibración universal de las almas! Y se ha hecho un gran silencio. Y en el aire parece que había sollozos y lágrimas. Y han sonado lentas, una a una, las campanadas del Angelus.

25 Y le siguió gran multitud de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea y del otro lado del Jordán. 1 Y viendo la multitud, subió en el monte; y sentándose, se llegaron a él sus discípulos. 2 Y abriendo su boca, les enseñaba, diciendo: 3 Bienaventurados los pobres en espíritu; porque de ellos es el Reino de los cielos.

Con esta conversación salieron de la casa susodicha, y a mano derecha dieron en una calle algo dilatada, que por una parte y por otra estaba colgada de ataúdes, y unos sacristanes con sus sobrepellices paseándose junto a ellos, y muchos sepultureros abriendo varios sepulcros, y don Cleofás le dijo a su camarada: ¿Qué calle es ésta, que me ha admirado más que cuantas he visto, y me pudiera obligar a hablar más espiritualmente que con lo primero de que te admiraste?

Ella continuaba en la misma actitud; cerró los ojos como quien siente un pesado sueño, é inclinó la cabeza, buscando apoyo. Lázaro tuvo miedo; estuvo por llamar; la asió por un brazo, y dispuesto á hacerla retirar, le dijo: Vamos, señora, es muy tarde. Usted no se encuentra bien aquí. Vamos, ¿quiere usted que se llame á algún médico? No dijo ella, abriendo los ojos y mirándole con cierta ironía.

Como ella arranca de un marjal en donde toma tambien orígen el rio Paraguay, seria muy factible unir el primer tributario de este rio con el Guaporé, abriendo para ello un canal de cuatro mil ochocientas varas solamente. De este modo se darian la mano los dos rios gigantes de la América meridional, el Plata y el Amazonas, viniendo á formar un canal natural de mas de mil doscientas leguas.

El marquesito levantó la vista hacia su amigo abriendo mucho los ojos, donde se reflejaba la duda de si hablaba en serio o en broma. No advirtiendo en el rostro imperturbable de Alcántara señal de burla, comenzó a enternecerse. Habló de su antigua querida con tal entusiasmo y veneración que haría reir a cualquiera. El proyecto ya no le pareció tan insensato.