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Actualizado: 8 de junio de 2025


¡No puede ser! ¡no puede ser! repitió el duque poniéndose a dar vueltas por el despacho, presa al parecer de violenta agitación . Me habrán suplantado la firma. El marqués de Arbiol sonrió desdeñosamente. Traía el sello de su casa.

La duda queda en pie porque, en el fondo, nada hay en ellos que se oponga a la verdad católica ni a la moral cristiana. Por el contrario, si bien se examina, se verá que sale de todo una lección contra los orgullosos y soberbios, con ejemplar escarmiento en la persona de D. Luis. Esta historia pudiera servir sin dificultad de apéndice a los Desengaños místicos del Padre Arbiol.

¡Cómo! ¿Un pliego? exclamó lleno de asombro, abriendo desmesuradamente sus grandes ojos saltones . ¿Quién les ha contado semejante patraña? No es patraña: yo mismo he visto su firma de usted dijo uno de ellos, el marqués de Arbiol. ¿Mi firma? No puede ser. Amigo Salabert, le digo a usted que yo mismo he visto la firma: "Antonio Salabert, duque de Requena" replicó Arbiol con firmeza y muy serio.

Elijo los dos que me parecen más interesantes: uno porque se diferencia mucho de casi todos los cuentos vulgares europeos; y otro por lo mucho que se asemeja a ciertas leyendas cristianas; como la de San Amaro, la de otro santo, referida por el Padre Arbiol en sus Desengaños místicos, y la que ha puesto en verso el poeta americano Longfellow en su Golden Legend.

¿Traía el sello? replicó parándose de pronto . Entonces me la han suplantado dentro de mi misma casa. ¡, !... Aquí me la han suplantado.... No sabéis entre qué canalla estoy metido. Necesito tener cien ojos.... Y cada vez más enfurecido fué a apretar el botón del timbre. ¡Ahora verán! Arbiol dirigió una mirada a sus compañeros y alzó los hombros con desprecio.

Para precaverse, leía con frecuencia los Desengaños, del Padre Arbiol.

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