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Y yo, sin poderlo remediar, no excluyo de mi amor por el linaje humano al pueblo de los Estados Unidos, donde hubo y hay hombres y cosas que me son simpáticos: elegantes é inspirados poetas como Longfellow, Russel-Lowell y Whitier; algunos pensadores, si poco originales, discretos é ingeniosos como Emerson, imitador de Tomás Carlysle; varios historiadores, aunque poco profundos, amenos y agradables de leer, salvo cuando tratan de sus propios asuntos, porque entonces suelen ser más pesados que el plomo; varios divertidos novelistas, y sobre todo, hombres de tan aguda inventiva que ya brillan como Edison, empleando la electricidad en no pocos útiles y pasmosos artificios, ya producen la máquina de coser, que siempre que la contemplo me deja embobado.

Soto y Calvo es una bella composición, por el estilo del Hermán y Dorotea de Gœthe y de la Evangelina de Longfellow, si bien en el Nastasio no se advierte imitación, sino mucha espontaneidad. Su lenguaje es castellano muy puro. Por eso mismo me ha sorprendido y me ha contristado más la carta-prólogo que en el Nastasio he leído.

Elijo los dos que me parecen más interesantes: uno porque se diferencia mucho de casi todos los cuentos vulgares europeos; y otro por lo mucho que se asemeja a ciertas leyendas cristianas; como la de San Amaro, la de otro santo, referida por el Padre Arbiol en sus Desengaños místicos, y la que ha puesto en verso el poeta americano Longfellow en su Golden Legend.

Después de haberme visto asociado á los trabajos y á los planes impracticables de mis soñadores compañeros del Brook Farm; después de haber vivido tres años bajo el influjo sutil de una inteligencia como la de Emerson; después de aquellos días pasados en Assabeth en fantásticas especulaciones en compañía de Ellery Channing, junto á los trozos de leña que ardían en nuestra chimenea; después de hablar con Thoreau acerca de los pinos y de las reliquias de los indios, en su retiro de Walden; después de haberme vuelto en extremo exigente, merced á la influencia de la elegante cultura clásica de Hillard; después de haberme saturado de sentimientos poéticos en el hogar de Longfellow, era en verdad tiempo de que empezara á ejercer otras facultades del espíritu, y que me alimentase con un manjar hacia el cual, hasta entonces no me sentía muy inclinado.

No te rías, Lucía; pero es la verdad. ¿ has leído unos versos de Longfellow que se llaman «Excelsior»? Un joven, en una tempestad de nieve, sube por un puerto pobre, montaña arriba, con una bandera en la mano que dice: «Excelsior». No te sonrías: yo que sabes latín: «¡Más alto!». Un anciano le dice que no vaya adelante, que el torrente ruge abajo y la tempestad ¡se viene encima: «¡Más alto!». Una joven linda, ¡no tan linda como !, le dice: «Descansa la cabeza fatigada en mi seno». Y al joven se le humedecen los ojos azules, pero aparta de a la enamorada y le dice: «¡Más alto!».