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Actualizado: 29 de junio de 2025
Abrí la boca para contestarle agriamente, pero contúvome la prudencia, pues pensé que por vengarse y contrariarme, era muy capaz Susana de chamuscar el pavo. Poco tiempo después pasamos al comedor, y no pude menos que echar una mirada desolada sobre los tapices sucios y usados que caían en jirones. ¡Y luego Susana tenía un modo tan original de tender la mesa!
No importa, yo tenía voluntad, tenía ánimo y entereza, valor y constancia. Yo sabía que había de arribar: que habían de pasar para mí los días de vergüenza en que mis condiscípulos menores me adelantaban. Era un muchacho de quince años cuando entré en el colegio y apenas sabía leer y escribir, pero trabajé con tesón y me abrí paso.
Sí, por la asignación de Amparo, la interrumpí. Eso es. Abrí mi cartera y la di un billete de quinientos reales. No puedo devolver a usted lo que sobra, me dijo. Lo mismo es, la contesté. ¡Ah! ¡es usted muy generoso! Gracias en su nombre; que usted lo pase bien. Y se iba. Espere usted, la dije: tenemos que hablar.
Clavamos espuelas y dando vuelta a la casa nos precipitamos sobre aquellos bribones. Sarto me dijo después que había matado a uno y lo creí, pero por lo pronto lo perdí de vista. Lo que sé es que de un tajo le abrí la cabeza a uno de los jinetes, que cayó al suelo. Entonces me hallé frente a frente de un mocetón y vi también que a mi derecha quedaba otro enemigo.
Tuve miedo de no poder dominar mi emoción por más tiempo y quise huir precipitadamente, sin una palabra de despedida. Cuando abrí la puerta, vi delante de mí a Marta. Allí estaba ella, descalza, a medio vestir, pálida como una muerta y temblorosa. No pudo hacer un movimiento; sin duda le faltaron las fuerzas.
Pues allá se me vino con unos chismajos, porque yo hablaba entonces con el chico de Tellería y... Pues la cogí un día, la tiré al suelo, me estuve paseando sobre ella todo el tiempo que me dio la gana... y luego, cogí una badila y del primer golpe le abrí un ojal en la cabeza, del tamaño de un duro... La llevaron al hospital... Dicen que por el boquete que le hice se le veía la sesada... Buen repaso le di.
Tres días tuve que estar en constante espionaje; el primero, oculto detrás de mis cortinas, porque temía asustarla dejándome ver súbitamente; al otro día ya la contemplé pegado a los cristales, pero aun no me atreví a abrir mi ventana; al tercero ya la abrí, y observé gozoso que no la espantaba mi osadía. Aquella misma tarde la vi echarse sobre los hombros un chal, y abrocharse las botas.
Desde hace unas horas continuó Torrebianca parece que veo las cosas con otros ojos. ¡Ay, las miradas crueles de esas pobres gentes cuando abrí ayer mi ventana!... Y hoy, durante el entierro, ¡qué tormento!... Yo que nunca temí á nadie, no he podido afrontar los ojos hostiles ó burlones de muchos trabajadores... El pobre Moreno me llevó aparte varias veces ó hablaba alto para que yo no pudiese oir los comentarios que sonaban á mis espaldas.
Me metí en la cama respetando tu ausencia, tu sueño o lo que fuere; dormí como un lirón, y por la mañana me despertó el piar de los gorriones, cosa que me produjo la ilusión de que estaba aún en el campo; así, que abrí los ojos creyendo ver el verdor, las flores y los pájaros y me quedé sorprendido cuando me encontré, con que desde mi cuarto vi todo eso.
Por curiosidad abrí el ventanillo o «cuarterón» de una de las hojas del claro más próximo a mí, y todo lo vi negro, negrísimo, al través de un mezquino cristalejo; abrí después la hoja entera, que daba a un balcón con repisas de piedra, y aún me pareció más negro que antes lo que de este modo se veía.
Palabra del Dia
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