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Actualizado: 23 de junio de 2025


¡Muchacho! exclamó tía Pepilla. Entra, entra para que te vea tu madrina.... La pobrecilla ha estado muy mala; buen susto nos dió.... Por eso no te hemos escrito. ¿Quién lo había de hacer? Si Angelina estuviera aquí.... Entré en el cuarto de la enferma. La pobre anciana estaba en un sillón, muy abatida y trémula.

Temo algún percance inmediato.... Voy a ver.... La señora se ha quedado tan abatida.... Entró Primitivo, y sin mostrar alteración ni susto dijo «que subiese don Máximo, que al capellán le había dado algo; que estaba como difunto». Vamos allá, hombre, vamos allá. Esto no estaba en el programa murmuró Juncal. ¡Qué trazas de mujercita tiene ese cura! ¡Qué poquito estuche!

Mi querido primo: Para distraer mis penas egoístas al considerarme tan viejo y tan quebrantado de salud, y mis penas patrióticas al considerar a España tan abatida, he soltado el freno a la imaginación, que no le tuvo nunca muy firme, y la he echado a volar por esos mundos de Dios, para escribir la novela que te dedico.

Pero ella no podía contestar, sofocada por el llanto, hasta que por fin, con las palabras sacudidas por un hipo doloroso, comenzó a hablar, abatida, inerte, ocultando en un hombro de su amante su rostro bañado en lágrimas. No podía más; el martirio resultaba abrumador, le era imposible fingir por más tiempo. Conocía como él lo que hablaban en la ciudad de aquellas entrevistas.

Obedeció sumisa la muchacha, y de hinojos, abatida y suspirante, leyó el primer día: «Muchas veces por falta de espíritu se queja el cuerpo miserable. Ruega, pues, con humildad al Señor que te espíritu de contrición y di con el profeta: «Dame, Señor, a comer el pan de mis lágrimas, y a beber con abundancia el agua de mis lloros....»

No respondió nada la oradora, que diera entonces de buen grado su popularidad, y hasta el advenimiento de la ideal república, por hallarse siete estados debajo de tierra. No obstante, se sorbió estoicamente las lágrimas abrasadoras que asomaban a sus ojos, y, abatida, reconociendo y acatando la autoridad maternal, balbució: Me ha dado palabra de casamiento. ¡Y te lo creíste!

Tía Pepa, siempre tan parladora, enmudeció como los pajarillos del corredor, silenciosos y tristes a la sazón por el cambio de pluma; la enferma nos parecía más abatida que de ordinario, y Angelina salía y entraba, arreglando los equipajes, mustia y cabizbaja. No cómo pude trabajar durante ese tiempo. Para colmo de males tuvimos quehacer de sobra en el despacho.

Y tras fatigas y hórridos azares, cruzando montes, traspasando llanos, salvando la distancia de los mares, la intrépida nación de los hispanos te presentó su mano salvadora, y tu frente abatida, al levantar de España la señera con una cruz volaste y una espada a una playa de todos ignorada.

Cercado por todas partes de berberiscos que devastaban sin cesar la Andalucía, se anonadó, y no pudo dar nunca un paso mas allá de tus murallas. Te vió con dolor abatida, devorada por el hambre, consumida por la peste; pero no fue capaz ni aun de procurarte pan teñido con la sangre de tus hijos.

Era la otra mucho más joven, parecía abatida y estaba enferma; su rostro descolorido formaba un óvalo perfecto, y llamaban en él la atención los ojos, por lo dulces; la boca, por lo triste.

Palabra del Dia

rigoleto

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