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Actualizado: 23 de julio de 2025
Y entrose la tía Zarandaja, y fuese a las hornillas, y sentáronse a un lado, y en el cabo de una larga mesa, Miguel y Margarita, él pensativo, ella triste y abatida; cuando hete aquí que se presentó, a la puerta, y en ella se detuvo, y adentro miró con curiosidad y atención, y su mirada se detuvo, penetrante y grave en nuestro Miguel, una extraña persona.
Misia Petronila Barrientos la recibió con afecto, la escuchó con atención... y la despidió con política, diciéndola muy fresca, que no podía ser... porque no podía ser. Y vuelta a la casa, abatida y llorosa, por el sacrificio estéril que de su amor propio había hecho, alimentando pensamientos tan negros como éstos: El amigo es para ir de fiesta y no para acompañar en la desgracia.
La doncella suspiró, quedóse pensativa largo rato, bajó los ojos abatida y triste, y sin mirarme dijo con inmensa ternura: ¡Así te quiero! Y siguió sin decir palabra, separando flores y cortando tallos. Le arrebaté las tijeras y el ovillo. Habla, Angelina.... ¡Quiera Dios, replicó que mi historia no sea para tí causa de pena! En seguida agregó, variando de tono.
Todas las frases de íntimo elogio, de profundo orgullo con que antes se regaló la imaginación, resuenan con eco de burla en la pobre alma abatida, llena de vergüenza. "Pero es preciso intentar una rehabilitación decía Lázaro para sí. ¿Y cómo? Todos murmuran de mí, y si mañana se ofrece hablar de mi discurso, dirán todos que fué detestable, malísimo.
Extendió luego la mano sobre su cabeza abatida y se puso a acariciarle, muy suavemente, como se acaricia a una criatura que llora. Le rozó con los dedos la frente, los párpados cerrados, parecía a punto de acercarle los labios. Pero hacía todo con actitud tan espontánea, tan natural, que Charito no se sorprendió. Y el sentimiento de Lucía no era sólo de lástima.
No es usted falsificadora de un papel; pero lo es de un derecho, y con testimonios débiles y documentos apócrifos trata de usurpar un puesto que no le corresponde». La de Rufete estaba humillada y abatida. Difícilmente entraba en su cabeza la idea de no ser quien pensaba, y de la lucha que con sus dudas sostenía, resultaba un decaimiento parecido a la agonía de morir.
¡Oh, tranquilícese usted, el día que eso sucediera!... añadí. El día que eso sucediera... repitió ella. Y le faltó la voz y rompió a llorar. Al día siguiente, no obstante, volvió. La vi apearse de su carruaje tan cambiada, tan abatida que me asusté. ¿Qué tiene usted? le dije corriendo a su encuentro, tanto me pareció próxima a desmayarse.
No, a mi casita insistió la abatida Comadreja . Si va conmigo una fiebre, quiero estar en mi cuarto. Ea, adiós. Toma mi mantón siquiera porfió la Tribuna. Bueno, venga.... ¡Brr!, estoy hecha una sopa. Y Ana, saludando con su esqueletada mano, ademán que indicaba un resto de intención festiva que aún retoñaba en ella, tomó el sendero que conducía al camino real.
Primero, la dejé esperar y consumirse durante siete años, dividida entre la esperanza y el desaliento, agotando así su energía y sus fuerzas, ¡y Dios sabe que no tenía muchas! Después la arrastré, débil de cuerpo, abatida de espíritu, a este infierno donde todo el mundo le era hostil, y aun más hostil que todos, la que mejor habría debido sostenerla. ¡Y yo mismo!
Un día le dije: ¿Sabes que me sorprende que estés tan alegre estos días? ¿Pues? me preguntó, fijando en mí sus grandes ojos aterciopelados. Porque... yo presumía aquí comencé a vacilar y turbarme que después de una escena tan desagradable como aquella..., teniendo que reñir con tu mamá..., ibas a estar abatida, melancólica...
Palabra del Dia
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