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Actualizado: 20 de julio de 2025
Se le sentían los ímpetus de su amor corriéndole hasta por los brazos inconmensurables, como el agua de lluvia por las mangas de un tejado; reviraba los ojos hacia Tona, y se devanaba a sí propio, como en un ovillo, cuando la jampuda moza se acurrucaba delante de él o le tocaba al pasar hacia la alacena.
Contuvo el hombre sus ímpetus con la respuesta; meditóla durante algunos días; resolvió al cabo que sí; corrióse la noticia por el pueblo; envidiaron a Facia su loca fortuna todas las mozas de él; llegó el caso a oídos de don Celso; tocó el cielo con las manos; puso a la infeliz enamorada de loca y de sin vergüenza que no había por dónde cogerla; juró y perjuró que el baratijero era un bribón de siete suelas; que no había más que mirarle a la cara para convencerse de ello; que sabe Dios dónde sería nacido, de dónde vendría y por dónde habría andado hasta entonces, y que por la cruz de Jesucristo considerara esto y lo otro y lo de más allá... Como si callara.
Cuando Juanita veía pasar por la antesala a doña Agustina, que iba muy pomposa a la tertulia, la sangre del valiente oficial de Caballería que circulaba en sus venas se alborotaba toda, y necesitaba ella del dominio que tenía sobre sí para contener sus ímpetus y no arañar a doña Agustina.
No es esto decir que todo le fuera lo mismo y que no hubiera en el ancho círculo de sus relaciones sociales algo en que detener la imaginación y con que apacentar los deseos, ni, por tanto, me atrevo a afirmar que no hubiera sido otra su conducta bajo el imperio de otras leyes de moral enteramente distintas de las que rigen en las cultas sociedades europeas; pero, aceptando el cargo en derecho constituido, como dicen los jurisconsultos, y pareciéndole, para juego, muy insubstancial el de los amoríos a turno, su cabeza, contra lo que se refiere de los ímpetus de la edad y de las rebeldías de la carne, se imponía sin gran esfuerzo a toda esa caterva de impulsos pasajeros, tan mal llamados, por falta de experiencia o por sobra de malicia, «arranques del corazón».
Y no pudiendo refrenar sus ímpetus más tiempo, le dijo sordamente: Ven conmigo. Le llevó al comedor donde las mesas estaban ya esperando a los invitados. Allí, en el hueco de un balcón, desahogó su ira. Le llenó de insultos y dió por definitivamente rotas sus relaciones. Llegó a sacudirle violentamente por el brazo. Alcázar quedó tan estupefacto, tan aterrado, que no supo contestar. Esto le salvó.
Hubo momentos en que su novel confesor pensaba estar escrutando el alma de una santa; hasta tal punto semejaban los ímpetus, los anhelos místicos de aquella joven a lo que tenía leído en la vida de Santa Teresa, Santa Catalina de Sena y otras gloriosas madres de la Iglesia. El relato de las penitencias con que se mortificaba le impresionó vivamente y le hizo formar de ella un concepto elevado.
Esta paridad de humores produce casi siempre funestos resultados. Tú sabes muy bien, y perdona lo indecoroso de la comparación, en gracia de su exactitud, que a un caballo demasiado vivo y fogoso se le pone por compañero en el tronco otro firme y resistente, aunque de menos sangre, para que contrarreste sus ímpetus. Pues en el matrimonio sucede lo mismo.
Exaltado el pueblo á la vista de tan bárbaro espectáculo, no pudo ya contener sus ímpetus: lanzóse como un tigre sobre los soldados de la nueva guardia, descuartizó á cuantos pretendieron oponerle resistencia, se dirigió al alcázar, prorumpió en alaridos y amenazas, protestó enérgica y fieramente contra la tiranía de sus reyes.
La de Candore no era su madre, y por mucha que fuese su buena voluntad, su naturaleza seca y altanera era incapaz de comprender esas aspiraciones y esos ímpetus del alma. Su solicitud se limitaba al ser físico y descuidaba el ser moral. Y la niña, en su necesidad de ternura, se refugió en seguida en los brazos amigos de Julieta. La condesa se dignaba aprobar esa amistad.
Pierrepont era, según inapelable sentencia de su tía, el encargado de iniciar y moderar los venatorios ímpetus de aquellas jóvenes Dianas, dándole en sus funciones no escaso trabajo Mariana de La Treillade, quien, para la caza, como para otras muchas cosas, mostraba singularísimas disposiciones.
Palabra del Dia
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