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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Raimundo, guardando en los oídos el eco de su voz y en su corazón el fuego de sus miradas, quedaba también silencioso, más atento, en verdad, a la música que sonaba dentro de su alma, que a la que venía del escenario. Una noche, tanto pegó el rostro a la cabeza de la dama, que ¡oh prodigio! se arrojó a rozar con los labios sus cabellos peinados hacia abajo en trenza doblada.

Cantaban las ranas con una monotonía desesperante; reflejábanse las temblorosas estrellas en el fondo de las charcas; en el inmediato estanque conmovíanse con estremecimientos voluptuosos las plantas verdosas que extendían sus palmitos a flor de agua, y a lo lejos, como un eco, sonaban los ladridos de los perros del arrabal.

Vosotros sucumbís como flores modestas é ignoradas que caen bajo la hoz del segador; pero el próspero sultan que causa vuestro martirio no percibe siquiera el eco de vuestras desinteresadas esclamaciones.

El gigante lanzó una carcajada que hizo temblar el techo de la Galería, levantando un eco tempestuoso. Después, al serenarse, contó al profesor que muchos pueblos salvajes, allá en la tierra de los gigantes, habían seguido la misma costumbre. Es que esas pobres gentes dijo el sabio con sequedad presentían sin saberlo el triunfo de las mujeres.

Sonaban como cañonazos los golpes de las puertas, repitiéndolos el eco de nave en nave. Una escoba comenzó a barrer por la parte de la sacristía, produciendo el ruido de una enorme sierra. La iglesia vibraba con los golpes de algunos monaguillos que sacudían el polvo a la famosa sillería del coro. Parecía desperezarse la catedral con los nervios excitados: el menor frote le arrancaba quejidos.

Me llamo Pedro, Lope, Francisco, Guillén, Eurípides; a elegir dijo con voz robusta, de timbre grato; llana, atrayente sonrisa. Todos hicimos eco a su sonrisa, menos la vieja, que no acertaba a decidir si la respuesta era en serio o en chanza. ¡Qué chistosísimo! exclamó, optando por la chanza. No, señora; no es chiste replicó el sacerdote. Pero, ¿Eurípides es nombre cristiano?

¿Y hablaba de ella con usted? ¡Antes me ha declarado usted que no le había dicho una palabra de eso! Pero si hablaba con usted de la otra ¿no la amaba a usted? Nunca me ha amado. No obstante la impasible frialdad de ese rostro de estatua, había en las últimas palabras de la joven un eco doloroso que hizo pensar a Ferpierre: «¡No miente!» Y usted le amaba; ¿le ama aún?

Quiero contar la historia puntual de un episodio de mi vida que no deja de ofrecer algún interés; aunque mi impericia en el arte de escribir quizá llegue a quitárselo. Los sucesos que voy a confiar al papel son tan recientes, que el eco de sus vibraciones aún no se ha apagado en mi alma. Esto hará seguramente más confusa la narración.

¡Qué!... ¿quieres seguir comiendo?... le dijo Melchor, en broma, alcanzándole su gorra de viaje. ¡Dios me libre! Ché, Ricardo, ¿y , no quieres tomar algo? ¡Dios me libre! repitió éste como un eco de Lorenzo. ¿Conque... Dios los libre?... ¿eh?... vamos progresando.

Alicak saltó de su cabalgadura así como reparó en Catur, y aferrándose de la estribera siniestra, en actitud humilde y con eco melifluo, le dijo: ¡Oh, mi caro, mi antiguo y único amigo, y oh, mi irremediable futuro e indefectible apoyo y favorecedor!

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