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¡Esto consuela, señor don Alejandro! decía abanicándose briosamente el pescuezo con ronchas bronceadas . Se ve una entre los suyos, y tiene con quién hablar y desahogarse... Porque en la soledad a que la obliga a una el decoro de la clase, se hacen allá dentro unas talegadas de asco, que da gusto desocuparlas después entre gentes que la comprendan a una y sepan estimar las cosas en lo que valen... ¡Si vieran ustedes cómo se va poniendo esto!... Ya no hay quién lo conozca.

¿Pues no lo ve usted? le respondió el sabio poniendo el dedo sobre la firma del programa y las iniciales de la fábula . Todo lo que no son coplas estúpidas y sin substancia: lo que ha de levantar ronchas. ¡Vaya si levantará!... hasta estos sueltecitos, que también son míos, y de pronto no parecen nada: ya lo verá usted. Y ¿lo conocen, lo conocen ya tus amigos, esos de las copias?

LANGOSTA COCIDA. En una olla se pone agua y sal; cuando empieza a hervir se pone la langosta bien atada, dejándola hervir media hora; se saca y deja enfriar, quitándole la concha y veta, preparándola a ronchas en una fuente y cubriendo ésta con mayonesa o poniéndola en una salsera.

Saltó el de las ánimas, y dijo: -Cuatro ducados di yo a Flechilla, verdugo de Ocaña, porque aguijase el burro, y porque no llevase la penca de tres suelas cuando me palmearon. ¡Vive Dios! -dijo el corchete-, que se lo pagué yo sobrado a Juanazo en Murcia, porque iba el borrico con un paseo de pato y el bellaco me los asentó de manera que no se levantaron sino ronchas.

Unos daban indicios de no sonarse los mocos en toda su vida, y otros se oreaban sin reparo, teniendo frescas aún las pústulas de la viruela o las ronchas del sarampión; a algunos, al través de la capa de suciedad y polvo que les afeaba el semblante, se les traslucía el carmín de la manzana y el brillo de la salud; otros ostentaban desgreñadas cabelleras, que si ahora eran zaleas o ruedos, hubieran sido suaves bucles cuando los peinaran las cariñosas manos de una madre.

Deshuesada con cuidado la liebre, se rellena con un picadillo de lomo de cerdo, pechuga de gallina, jamón, tocino y los higadillos de la liebre, cebolla, perejil, sal, especias y pedacitos de trufas; se cose, procurando darle buena forma. Se envuelve la liebre en ronchas de tocino y se pone en una cacerola con manteca de cerdo.

Como me había visto acercarme a su casa, salió a recibirme hasta el portal con una ropilla casera, poco más que de verano, a pesar de la frescura invernal del ambiente que corría; pero con buenos abrigos de carne blanca y rolliza que le asomaba en ronchas por los puños recogidos de su camisa de dormir y por encima del leve cuello de la americana.