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Pues ponga allí un cartel imperioso prohibiendo el paso, y el pueblo, protestando contra la imposicion, dejará la carretera para trepar el peñasco. El día que en España un legislador prohiba la virtud é imponga el vicio, ¡al siguiente todos serán virtuosos!

De todo lo dicho se desprende suficientemente, que estamos muy lejos de censurar á Calderón por haberse apropiado esas riquezas ajenas. Es un grave error, no justificado hasta ahora, en cuanto sepamos, que siglos modernos, no poéticos, exijan de los poetas una originalidad de tal naturaleza, que se les prohiba aprovechar lecciones y pensamientos extraños.

Sinembargo, aunque el inmortal Quintana tendrá su monumento, ha sido asunto de grande y acolorada disputa entre los partidos la ereccion de una estatua á Mendizábal. En un país donde no hay libertad para adorar á Dios como le plazca á cada cual, no es extraño que se prohiba dar culto á las ideas liberales representadas por un gran patriota.

Aunque el primero es de mas importancia que el segundo, este es mas pronto y fácil, porque el gasto de la Provincia no cesa; y impetrando órden de Su Magestad, para que no se permita en España embarque y conduccion de este género á los puertos del Rio de la Plata, y se prohiba el que las carretas salgan para las Salinas como hasta aquí se ha practicado, se queda este provecho á beneficio de aquella poblacion, y sus vecinos, ocupados en las tareas de sus acopios y en el despacho de sus frutos, logran la provechosa utilidad de esta industria y comercio; que con la pesca de la ballena establecida en el puerto de San José será mas importante.

No tardaré yo en salvar la distancia, y el día en que menos lo pienses, apareceré a tu lado y me verás de hinojos a tus plantas, pidiéndote que correspondas al inmenso amor que me inspiras. No hay ya en calidad exótica y peregrina que te prohíba amarme.

Es menester que el espectáculo se prohiba, decía D. Custodio al salir; ¡es altamente impío é inmoral! ¡Sobre todo, porque no se sirve de espejos! añadió Ben Zayb. Mas, antes de dejar la sala quiso asegurarse por última vez, saltó la barrera, se acercó á la mesa y levantó el paño: nada, siempre nada.

Luego me incorporé vivamente, porque Ruperto gritaba con despreciativo acento: ¡Ea, venid! ¡Aquí está el puente! ¡A no ser que Miguel el Negro os lo prohiba, perros, para convertirse él mismo en campeón de su dama! ¡Vén a batirte por ella, Miguel! Si la lucha había de ser entre tres bien podía yo tomar parte en ella, por malparado que estuviese. Di vuelta a la llave, entreabrí la puerta y miré.