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¡Que me ama! gritó, espantada, dando un salto atrás, y apartándome de su lado con sus dos blancas y pequeñas manos. ¡No! ¡No! gimió. Usted no debe... no puede amarme. ¡Es imposible! ¿Por qué? le pregunté rápidamente. La he amado desde aquella primera noche que nos conocimos. Ciertamente que usted debe haber descubierto hace mucho tiempo el secreto de mi corazón. tartamudeó, lo he conocido.

No, no he querido decir que yo os ponga por condición para amaros que seáis mi esposo: demasiado que yo no puedo aspirar á ser la esposa de un hombre honrado... pero os quisiera ver tímido, respetuoso, dominado por como yo lo estoy por vos... Os quisiera ver sorprendido por un afecto nuevo como yo lo estoy... quisiera... yo no lo que quisiera... que os bastara con amarme. ¡Oh, Dios mío; pero yo estoy diciendo locuras!

Es una voz que suena más en el corazón que en el oído, que nada dice a los sentidos, que despierta el anhelo de las alegrías íntimas y serenas del hogar; una voz hecha como los bálsamos para curar las heridas que el mundo nos infiere... Nada nos hemos dicho de nuestro amor, pero en el brillo de sus ojos, en el cuidado con que evitaba el mirarme, he gustado más dicha que si me prometiese amarme eternamente.

Para conseguirlo han principiado por apartarla perpetuamente de . Desde hace algunos días han resuelto terminantemente que no venga a las tertulias de esta casa, y tampoco me reciben a en la suya. De este modo, mi hija concluirá por no amarme.

Yo sería muy feliz si me probaras lo segundo, porque uno de mis mayores tormentos consiste en suponer tan profundamente corrompido el corazón que hace años sólo existía para amarme...» Con esto y la firma de Amaranta terminaba la epístola, cuya lectura, absorbiendo mi atención, me distraía de la batalla.

No vivía para , no me amaba, no podía amarme, y ¡ay! ¡me había robado el corazón!... Pensé muy seriamente en la vida. ¡La vida! ¡Un crepúsculo espléndido que dura unos cuantos minutos! Después... sombras y obscuridad. Todo nos engaña... la fortuna, la gloria, la amistad, el amor.

Y es por una serie de razonamientos semejantes, usuales en las jóvenes extremadamente prácticas, que no se preocupan de encontrar el amor en el matrimonio por lo que mi prima se ha decidido a amarme. ¡Oh! considero a Diana Gardanne incapaz de hacer tales cálculos. Estás equivocado. Por disfrutar de fortuna, sospecho que está decidida a todo. ¿La perspectiva de casarte con ella te asusta?...

Sabéis ahora todo lo que pasó, lo que oculté al juez de instrucción, á mi abogado y hasta á mi madre. No quise comprometer en las peripecias de éste proceso á la pobre Juana Baud, que no había cometido más falta que la de amarme. Con un dulce agradecimiento de mi corazón, la aparté de aquel drama de lodo y de sangre.

Pues bien, si ella no puede amarme, le dije, continuaré comprimiendo dentro de mi corazón el amor que me inspira: procuraré que no salga delante de ella ni en mis palabras, ni en mi mirada, ni en mi semblante la más leve manifestación de ese amor. Si no puedo vencerle, volveré a mis viajes. Mucho me temo que no sea ella la primera en apartarse de nosotros. ¡Cómo!

Ferpierre volvió con mayor interés a la lectura del diario: «Hoy me ha dicho estas mismas palabras que copio, sin cambiar nada en ellas: «¿De modo que crees que el amor es inmortal? ¿No comprendes que un día cesarás de amarme, que ya no me amas como antes?