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Allí sentí una cosa que por un momento me pareció miedo. Miraba el remolino inmenso, me estremecia y me parecia que algun impulso secreto me empujaba sobre el borde del navio para precipitarme entre las espumas de la estela. ¡Era el vértigo del alma en su admiracion por lo infinito y por la fuerza suprema! Después me convencí de que no era miedo lo que me dominaba.

El menor ruido me hacía temblar, el grito de un pájaro casi me hizo desvanecer de angustia. ¡Oh! tenía en mi pecho la salvación de mi hija y estaba todavía en poder de mis tiranos. No podía permanecer en aquella dolorosa perplejidad, y quizá, ofuscada hasta la locura, por un ruido en el corredor, iba a precipitarme hacia el vacío, cuando se me ocurrió una idea salvadora.

Dejé caer mi volante y me apoyé en un sillón, mientras Carlos recogía los pedazos del jarrón, como si hubiese tenido el poder de volverlo a su primitivo estado. De pronto, oímos en la pieza inmediata la terrible voz de mi tío, que llegaba a mis oídos como la trompeta del juicio final... No obstante, tuve el valor suficiente para precipitarme hacia una puerta lateral.

A un lado se levantaban las torres de la Alhambra, y más cerca los chapiteles elevados de Generalif , que reflejaban los rayos del sol, debilitados en las blancas cumbres de Belet y Muley Hacen . Mi padre me dejó solo por aquellos vergeles, que yo recorría desvanecido y soñando en la hora de precipitarme en pos de ti, querido amigo.

Siento el deseo de precipitarme al pie de la montana y no me atrevo a ejecutarlo, veo el peligro y no pienso en huirle. Un vertigo se ha apoderado de mi vista, y sin embargo mis pies se mantienen inmoviles y firmes.

»Entonces, tío, me siento atraído, voy a precipitarme hacia ella; pero me contengo a tiempo al pensar en quién es ella y quién soy yo. »Veo que sus manos tiemblan. »No tienes por qué enojarte, Olga le digo balbuciendo, no he querido causarte un desagrado. Si estoy aquí es por casualidad; en lo sucesivo tomaré mis medidas para que no vuelvas a encontrarme.

MANRIQUE. ¡Ángel mío! LEONOR. Huyamos, ... ¿No ves allí en el claustro una sombra?... ¡Gran Dios! MANRIQUE. No hay nadie, nadie... fantástica ilusión. LEONOR. ¡Ven, no te alejes; tengo un miedo! No, no... te han visto... vete... pronto, vete por Dios... mira el abismo bajo mis pies abierto; no pretendas precipitarme en él.

Juan responde con una carcajada; y con los ojos brillantes, la boca pegada a la oreja de Franz, murmura: ¿Crees , pues, mi pobre amigo, que yo sería capaz de ir a vivir y a morir al extranjero sin haberla visto antes una sola vez? ¿Crees que tendría yo valor para contemplar el mar durante cuatro semanas, sin precipitarme en él, si no la hubiese visto otra vez?... ¡Me faltaría la respiración, el alimento se me quedaría en la garganta, me consumiría vivo, si no la hubiese visto una vez más!