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Descienden del techo, cual si estuvieran suspendidas de elásticas y casi invisibles cuerdas, lámparas de oro, cuyas luces oscilantes no bastan a eclipsar el diáfano colorido de las vidrieras, que llenas de santos y figuras resplandecientes, parecen comunicar con el cielo el interior del templo.

La luz que Facia había encendido en la lamparilla del dormitorio al salir de él, y que aún conservaba en la mano, iluminaba un poco aquellas fauces entenebrecidas; y así pude entreverlas atascadas, materialmente, de figuras apiñadas y oscilantes que miraban hacia nosotros con impaciencias voraces; y aun hubiera jurado yo que allá en el fondo, detrás de toda la masa, pero alzándose un codo sobre la cabeza del más talludo, relucían, como dos linternas en un túnel, los ojazos verdes y saltones del gigantón de la Castañalera.

A veces, el fondo sobre que me arrastra la corriente, está cubierto de verdes y oscilantes hierbas, muelles sinuosidades que me acarician, me enlazan; improvisándome un lecho encantador. ¿Es el agua? ¿es la ondulante cabellera de las plantas la que me levanta así, haciéndome flotar en la superficie del arroyo? No lo ; mi imaginación se pierde además en una especie de ensueño.

Dentro del carro empenachado de blanco y negro, la caja, cubierta de níveo paño, que constelaban flores de azahar, rosas blancas, piñas de lila a granel, oscilantes a cada vaivén de la carroza. Las hijas de María, compañeras de la difunta, iban casi risueñas, remangando sus faldellines de muselina, por no ensuciarlo en el piso lodoso.

En su base se apiñaba una confusión de barracas, feria exótica, donde pululaba una multitud rumorosa, y la luz de las linternas oscilantes salpicaba el crepúsculo de vagas manchas sangrientas. Los toldos blancos parecían al pie del negro muro bandadas de mariposas inmóviles. Una gran tristeza se apoderó de mi alma.

La sala tenía en medio un altar, iluminado con unas lámparas tristes de aceite. Martín se acostó; desde su cama veía las luces oscilantes, pero estas cosas no influían en su imaginación, y quedó dormido. Era más de media noche, cuando se despertó algo sobresaltado. En la alcoba próxima se oían quejas, alternando con voces de ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Jesús mío! ¡Qué demonio será esto! pensó Martín.