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No piense V. que me falte valor para otra cosa. No me falta valor; me sobra piedad. Mil veces, ansiosa de que me matase, he estado á punto de revelar mi pecado al hombre á quien ofendí cometiéndole.

¡Injuria, no! pudorosa dijo Leila, en su bravura aumentando su hermosura hasta hacerla portentosa. ¡Injuria! ¡Dios me maldiga si yo te ofendí, señor; que con espanto y horror su maldicion me persiga! Y demudado el semblante, deslumbradores los ojos, ardientes los labios rojos, alto el seno palpitante, trasportada, poderosa, más y más resplandeciente, alzaba su pura frente de candor esplendorosa.

Un odio físico le sublevó. ¡Qué cara has puesto, Muñoz! Si te ofendí te pido me disculpes... Pero no negarás que ella es coqueta. Sería una lástima, realmente, que te dejaras envolver por Adriana. Indudablemente es un lindo tipo de mujer, pero no pierdas la cabeza. A propósito, la vi en la primera función de la temporada; desde entonces no ha vuelto a venir.

Deseo hacerte comprender las vacilaciones de mi espíritu, y de qué suerte, con incesantes alternativas, paso de la tranquilidad apacible al dolor desesperado. Nunca engañé, ni ofendí, ni robé, ni herí a nadie. En nada de esto pequé ni tengo de qué arrepentirme. En ocasiones, la fe perdida renace en .

Yo soy responsable... ¡Importa muchísimo, por el contrario, y creo que no necesito explicarle a usted la diferencia!... ¿Usted confiesa haberla empujado al suicidio, no haberla muerto materialmente? ¿Cómo, por qué la empujó usted al suicidio? Porque yo era indigno de ella. Porque la ofendí. ¿No la amaba usted ya? No la amaba. ¿Y sin embargo la llora usted? Efectivamente, en su voz había lágrimas.

FELIC. Señor, Que cese tanto rigor Os ruego. REY. No hay que rogar. Venga luego la mujer Deste pobre labrador. D. TELL. No fué su mujer, señor. REY. Basta que lo quiso ser. Y ¿no está su padre aquí, Que ante se ha querellado? D. TELL. Mi justa muerte ha llegado. A Dios y al Rey ofendí. Sale ELVIRA, sueltos los cabellos.

Mira dijo con desabrimiento lo mejor es que te vayas. Antes has de oír lo que voy a decirte. Pues di. , sostengo que fuiste quien primero entabló nuestra rivalidad, no por eso desconozco que cometí después faltas graves, que te ofendí... ¡Lo confiesa el menguado!...

Y aunque no la comprendí, por un momento me sentí deslumbrado por su luz. No pude soportar su claridad, y aparté la vista. Y me burlé de ella y la ofendí. Se calló un momento, la vista fija delante de , cual si estuviera ciego, y luego prosiguió: Óigame usted. Cuando le haya dicho todo, comprenderá usted que mis palabras merecen fe. En los primeros tiempos de mi dicha me sentí otro.

»He creido oir entonces á la ciudad diciendo: , soy solo una sombra de lo que fuí algun dia: los que me levantaron estan para siempre proscritos, las joyas con que me engalanaron han sido entregadas al hierro y al fuego de mis enemigos, los vestidos que me dieron han sido desgarrados por el acero de los que ofendí con mis miradas.