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Aquella Monina, bellísima criatura de cuatro años, ídolo de su corazón por un fenómeno semejante al que hace a los grandes perrazos encariñarse con los niños, que le tiraba de las patillas y le hacía andar a cuatro pies, guiándole ella por una oreja, había rechazado un día un beso de sus aguardentosos labios, diciéndole con infantil repugnancia: ¡No..., que apesta!...

Subió a caballo, y también su amigo el barbero, con sus antifaces, porque no fuesen luego conocidos de don Quijote, y pusiéronse a caminar tras el carro. Y la orden que llevaban era ésta: iba primero el carro, guiándole su dueño; a los dos lados iban los cuadrilleros, como se ha dicho, con sus escopetas; seguía luego Sancho Panza sobre su asno, llevando de rienda a Rocinante.

Al principio del acto tercero se nos ofrece Ludovico, que regresa á Irlanda después de viajar largo tiempo por toda Europa, no guiándole otro propósito que matar al general Filipo, en quien no ha podido saciar su sed de venganza. En la noche, en que espera á su enemigo, se le aparece un caballero disfrazado, y lo provoca á la pelea. Ludovico la comienza, pero sus golpes sólo hieren al aire.

Se abrió aquella puerta de quicio profundo, apareciendo en su hueco Spadoni. ¡Oh, Alteza! Su sonrisa no expresaba asombro. Saludó al príncipe como si lo hubiese visto el día anterior. Fué guiándole por corredores y salones sumidos en una penumbra policroma y que olían á polvo. Hacía muchos meses que los ventanales de colores no habían sido abiertos ni descorridas las cortinas.

Esta diferencia física entre él y Robledo le hacía considerar á su camarada como un protector, capaz de seguir guiándole lo mismo que en su juventud. Al surgir en su memoria esta mañana la imagen del español, pensó, como siempre: «¡Si le tuviese aquí!... Sabría infundirme su energía de hombre verdaderamente fuerte

Sin embargo, si falta instrucción artística á este poeta, observamos por vía de compensación su extraordinaria capacidad para exponer poéticamente los asuntos de sus dramas, y ennoblecerlos cual corresponde, distinguiéndose siempre, hasta en sus peores producciones, por cierta gracia sencilla y encantadora, y guiándole su genio en ocasiones con tal acierto, que llega á trazar planes, no indignos de los maestros que le sucedieron.

Pedro Sarmiento, ayuda de cámara del rey, y Juan de Urdiales, maestro de ceremonias, los que se han encontrado más á mano. Vamos, pues; allá, y no retardemos la felicidad de los enamorados. ¡Y llevar yo cuarenta y ocho horas sin dormir por descanso de viaje! Ya dormiréis bien esta noche... Y la condesa asió á Quevedo de una mano, y guiándole desapareció con él por una puerta.