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Los diarios oposicionistas, por el contrario, soltaban, ocupándose del suceso, todos los registros de sus respectivas trompeterías, prorrumpiendo en gemidos o gritos de horror, según les soplaba el viento, a la elegía o al ditirambo...

El pueblo, alimentador de los teatros, no comprendía el alto ditirambo de griegos y romanos; y al mismo tiempo, ningún poeta acercaba á poner héroes españoles en la escena. Nasarre en tanto llamaba bárbaro á Calderón, y La vida es sueño no era más que delirio. Aquella restauración clásica fué fecunda para la comedia, porque produjo á Moratín hijo.

Como quiera que ello sea, ya las noticias de nuestros triunfos en Italia, ya las vagas y confusas narraciones de los descubrimientos que hacia el Occidente hacían los castellanos de grandes y fértiles islas y de un dilatado continente, habitado todo por tribus salvajes y decaídas que no habían llegado o que habían retrocedido hasta el extremo de no tener animales domésticos, de no ser pastores, de vivir en un estado de humanidad más rudimentario que el de los pueblos errantes de Asia y de África, ya las expediciones, victorias y conquistas de Portugal en la India, que renovaban o eclipsaban las glorias fabulosas del Dios Ditirambo y las hazañas y empresas reales del Macedón Alejandro y que obscurecían las leyendas de los siglos medios, todo entusiasmaba y solevantaba a Fray Miguel de Zuheros; pero lo que más le seducía, lo que ejercía fascinador influjo en su ánimo y le atraía poderosamente, era el éxito de los portugueses en la India.

Ese camino es el de la cavilación científica, del severo meditar, de los argumentos, antinomias y silogismos, del método lógico, ya subiendo por el análisis, ya bajando desde la síntesis, operaciones todas contrarias por naturaleza a la poesía: la cual no puede construir ese palacio encantado, ora sea de la verdad, ora del sofisma deslumbrador, sin que esto se oponga a que entre en él cuando esté ya construido, y le célebre en un himno, en un ditirambo, en un epinicio, o en una oda colosal.

Aquí pensaba yo lucirme describiendo las bellezas naturales de la isla, sus antiguallas, sus famosas ciudades, como Gnosos y Gortina, los vestigios del Laberinto donde estuvo encerrado el Minotauro, los esquivos lugares en que los dáctilos y los curetes bailaban sus danzas guerreras en torno del futuro monarca de los hombres y de los dioses, la sagrada caverna en que durmió su sueño secular Epiménides, y el punto en que se embarcó Ariadna con el falaz e ingrato Teseo, que luego la abandonó en Naxos, de donde la sacó en triunfo el dios Ditirambo con toda aquella comitiva estruendosa de faunos y de ménades, que tan gallardamente nos describen los poetas.

No era aquello por cierto un manual de trozos selectos, y en más de un ditirambo a la Montaña, o al Magdalena, la ortografía se cubría el rostro en su abandono, cuando no era el sentido común... Pero el dueño de Consuelo no se fija en esas pequeñeces; tiene su álbum y eso le basta. El trayecto entre Consuelo y Bodegas me fue tan duro como los peores momentos de la subida.

El ditirambo, el panegírico, la sumisión incondicional al potentado fue un medio de alcanzar posiciones, de conquistar rangos y de labrar fortuna. Su espíritu selecto chocó con el sensualismo ambiente de pillos y vividores y lo marcó con su pluma de fuego.

Dios lo hizo en seis días y lo entregó a la murmuración de sus hijos por los siglos inacabables. El abate Delille, traductor de las «Geórgicas» y autor de «Los jardines» y de un ditirambo para la fiesta del Sér Supremo, en los turbulentos días de la Revolución Francesa, era un hombre dulce e ingenioso.