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La iglesia de los Cartujos contiene un soberbio sepulcro consagrado á Don Juan II, digno de ser visto: es obra de arte admirable, fundido en mármol de Carrara, con rica pompa de relieves y con lujo de estatuaria.

En la pared no había ninguna lámina religiosa; todas eran profanas; a saber: las parejas de frailes picarescos con que Ortego ha inundado las tiendas de cromos; canónigos glotones, cartujos que catan vinos, el clérigo francés que se come la ostra y el que muestra el gusano en la hoja; además, borrachos laicos y algunas majas y chulos que entonces empezaban a ponerse de moda.

Pablo y Gregoria llegaron silenciosos a la casa paterna, que entonces más que en ocasión alguna, parecía convento de cartujos; y empujando la puerta entornada, atravesaron el zaguán y el patio desiertos, donde algunas plantas amarilleaban ya bajo el cielo nublado de otoño, y entraron en la alcoba de don Aquiles.

Mientras tanto los criados comenzaban a dar vuelta a la mesa presentando los platos. Otros, con la botella en la mano, murmuraban al oído de los invitados: Sauterne, Jerez, Margaux, en un tono cavernoso semejante al que emplean los cartujos para recordarse mutuamente la muerte. Yo no bebo más que champagne frappé hasta el fin dijo Pepa Frías al que tenía detrás.

Y así, le dijo: -Paréceme, señor caballero andante, que vuestra merced ha profesado una de las más estrechas profesiones que hay en la tierra, y tengo para que aun la de los frailes cartujos no es tan estrecha. -Tan estrecha bien podía ser -respondió nuestro don Quijote-, pero tan necesaria en el mundo no estoy en dos dedos de ponello en duda.

Fuéronse a comer, y la comida fue tal como don Diego había dicho en el camino que la solía dar a sus convidados: limpia, abundante y sabrosa; pero de lo que más se contentó don Quijote fue del maravilloso silencio que en toda la casa había, que semejaba un monasterio de cartujos.

Acaso salgamos bien de la empresa, y harto se comprende el provecho y la gloria que de ello nos resultarían. Si somos vencidos, si las fustas de Aga Mahamud echan a pique nuestra nave ¿qué le hemos de hacer? Morir tenemos, como dicen los cartujos, y lo mismo es hoy que mañana. Yo aquí, como apoderado comercial de los señores Adorno y Salvago, sólo debo mirar por sus intereses.

El prior del monasterio de frailes cartujos de Santa María de las Cuevas, en 1630, era un varón respetable, no sólo por su mucha ciencia sino por sus virtudes, que al decir de todos, las poseía en alto grado, tanto más dignas de encarecer si se tiene en cuenta que ya en el siglo XVII no regía en aquella casa toda la rigurosa observancia de las estrechas reglas de la orden, como lo fueron en los primeros tiempos que siguieron á su fundación.

Contra la lluvia que cae sobre ella más de las tres cuartas partes del año no se conocían entonces otros preservativos naturales que el paraguas y las almadreñas. Poco después vinieron los chanclos de goma y recientemente también se introdujeron los impermeables con capuchón, que trasforman en ciertos momentos a Lancia en vasta comunidad de frailes cartujos.