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Quedeme absorto al ver cómo aquella criatura había aprendido a mover caderas, piernas y brazos con tanta sal y arte tan divino cual las más graciosas majas de Triana.

Luis, influido por el sitio, pensaba en Goya y en las duquesas graciosas y atrevidas que, vestidas de majas, venían a sentarse bajo aquellos árboles, con sus galanes de capa de grana y sombrero de medio queso. ¡Aquellos eran buenos tiempos! Las toses insistentes y maliciosas de su cochero le avisaron. Una señora bajaba del tranvía y se dirigía al encuentro de Luis.

»Como eterna protesta contra todos estos ceremoniales de similor, quedan míseros restos de aquellas pocas familias de relativo abolengo, que en tiempos de nuestra juventud eran gala y ornato de la villa. Se complacen en asistir de trapillo adonde estén las otras muy emperejiladas, o en no asistir de ningún modo, como a sus bailes, o en andar muy majas en sitios y a horas diferentes.

De estas veladas aún queda hoy algo, si bien de nota incolora, sin aquel sabor característico, pues ya no se ven allí ni los majos decidores, ni las majas desenvueltas, ni todos aquellos tipos sevillanos que con tanta exactitud retrataba don José Bécquer en sus acuarelas y lienzos.

«No señor le decía al Obispo ; yo no comprendo que pueda ser cosa inocente e inofensiva que un sacerdote tropiece con los codos de todas las señoritas majas del pueblo...». El Obispo creía que las señoritas eran incapaces de tales tropezones. «Si fuesen aquellas empecatadas del boulevard, las chalequeras...». Pronto se olvidó la protesta del Rector del Seminario.

Cuando llegué a la calle de la Verónica, y a la casa de doña Flora, esta me dijo: ¡Cuán impaciente está la señora condesa, caballerito, y cómo se conoce que se ha distraído usted mirando a las majas que van a alborotar a casa del señor Poenco en Puerta de Tierra!

Se compuso el sombrero, y se fué. A poco, cuando principiaba yo a escribir, en el zaguán voces femeniles que distrajeron mi atención. Venían muy majas y de ataque. ¡Papá! gritó la rubia, asomando su vivaracha cabecita. ¡Papá! ¡Ya estamos de vuelta!

En la pared no había ninguna lámina religiosa; todas eran profanas; a saber: las parejas de frailes picarescos con que Ortego ha inundado las tiendas de cromos; canónigos glotones, cartujos que catan vinos, el clérigo francés que se come la ostra y el que muestra el gusano en la hoja; además, borrachos laicos y algunas majas y chulos que entonces empezaban a ponerse de moda.

Es que así se dicen todas las cosas, y luego ... el diablo las enreda.... En cuanto una se pone un día un poco vestida.... Hija, ¡qué lenguas!... Ya se ve, ustedes están acostumbrados á oir que una señora gasta el oro y el moro para salir á la calle medio decente; y como nosotras no tenemos rentas, en cuanto nos ven algo majas, ¡es claro!, en seguida, que se lo regalan á una.... ¡Como no regalen!... Ni la rubia ni yo tenemos otras rentas que la peseta que ganamos á coser en las casas adonde nos llaman, y la jícara de chocolate, por la mañana y por la tarde, que nos dan además, como usté sabe.

no sabes añadió volviéndose a Amparo que la señora Porcona es parienta, muy parienta, del señor de las Guinderas, aquel tan rico que tiene dos hijas y vive en el Malecón y viene aquí a veces: y él se empeña en negarlo y en no darle un ochavo; pero ella se lo ha de ir a cantar a las hijas el día que vayan más majas por el paseo. ¿Verdá, señora Porcona?