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Aquella extraña lucha con seres invisibles causó a Berbel un terror supersticioso, y sintiendo que sus cabellos se erizaban, quiso ocultarse; pero en el mismo instante un vago rumor le obligó a volverse, y ¡cuál no sería su espanto al ver que el manantial caliente hervía con más fuerza que de costumbre, y que grandes nubes de vapor se desprendían de él, avanzando en dirección de la puerta!

A cada disparo parecía que las cimas del Hengst, del Gantzlée, del Giromani y del Grosmann contestaban hasta las profundidades del abismo. ¿Qué es esto? se preguntaba Berbel . ¿Ha llegado el fin del mundo?

Entonces Berbel, furiosa, le llenaba de injurias, y Catalina cloqueaba con visible mal humor; pero el loco, sin hacerles caso, encendía su vieja pipa de boj y comenzaba a contar sus lejanas peregrinaciones a los espíritus de los guerreros germanos enterrados en la caverna hacía diez y seis siglos, llamándoles por sus nombres y hablándoles como si estuviesen vivos.

Berbel le arrebató la patata con furor y sentose temblando de indignación cerca del manantial caliente, del que ascendían hasta la bóveda grandes nubes grises.

Berbel estaba anonadada, inmovilizada por el terror; mas las últimas nubes no tardaron en huir de la caverna, desvaneciéndose en el azul infinito. Entonces Yégof penetró bruscamente en la cueva y se sentó cerca del manantial, con la cabeza entre las manos, los codos en las rodillas y contemplando con mirada huraña cómo hervía el agua.

Berbel hubiera querido saber cuál era la causa de aquella agitación, pero nadie subía a la peña, y Catalina, después de su excursión del domingo precedente, no se prestaba a moverse por todo el oro del mundo. En tal situación, la Wetterhexe iba y venía por el monte, cada vez más inquieta e irritada. Durante la jornada del sábado, los acontecimientos se desarrollaron de diferente manera.

Así es que se temían las salidas de Berbel tanto como la peste, y por todas partes se le llamaba Wetterhexe , mientras que la pequeña Catalina pasaba por ser el genio benéfico de Tiefenbach y de las cercanías. De esta manera, Berbel vivía tranquilamente cruzada de brazos y su hermana era la que tenía que ir de la Ceca a la Meca.

Al sonar el último cañonazo, el loco desapareció. ¿Dónde se había refugiado? He aquí lo que cuentan a este propósito las gentes de Tiefenbach: En aquel tiempo vivían en el Bocksberg dos seres singulares, dos hermanas: una llamada Catalina la Pequeña, y la otra Berbel la Grande.

Berbel la Grande se guardaba mucho de beber de la fuente fría. Era aquella mujer enjuta, tuerta y escurrida como un murciélago; tenía la nariz roma, las orejas caídas y los ojos chispeantes.

Sólo se oyó entonces, a largos intervalos, el ruido del vapor condensado que caía de la bóveda en la fuente produciendo un chapoteo extraño. Aquel silencio duró cerca de dos horas. La media noche se aproximaba cuando, de improviso, un ruido lejano de pasos, mezclado con clamores discordantes, se oyó en la ladera. Berbel prestó atención y pudo convencerse de que eran gritos humanos.