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¡Vod, Vod! exclamó el viejo con voz desgarradora , ¿qué te ha hecho tu hijo Luitprand? ¿Por qué le prefieres a otro cualquiera? Y durante algunos segundos permaneció como anonadado; pero de repente, poseído de un feroz entusiasmo, y blandiendo su cetro, se lanzó fuera de la caverna. Dos minutos después, Wetterhexe, de pie a la entrada de la cueva, le seguía con mirada llena de ansiedad.

Por entonces, Wetterhexe había observado desde hacía varios días mucha agitación en los desfiladeros cercanos, de gentes que marchaban en masa, con el fusil al hombro, en dirección del Falkenstein y del Donon. Indudablemente algo extraordinario pasaba.

Wetterhexe separó la maleza para dirigir una mirada hacia la ladera; luego volvió a sentarse cerca del fuego, y cerrando los flojos párpados, con la ancha boca contraída, que acusaba grandes arrugas circulares alrededor de sus mejillas, trajo hacia una vieja manta de lana y pareció amodorrarse.

Todos los años, pues, a fines de noviembre, después de las primeras nieves, volvía el loco con su cuervo, lo que arrancaba siempre gritos de desesperación a Wetterhexe. ¿De qué te quejas? decía Yégof instalándose tranquilamente en el mejor sitio . ¿No vivís vosotras en mis dominios? Demasiado bueno soy, pues soporto a dos valkyrias inútiles en el Valhalla de mis antepasados.

Y levantando su pálida faz, en la que se marcaban las huellas de un dolor agudo, y fijando en Wetterhexe sus ojos de lobo, dijo: ¡Oh, mujer, descendiente de las estériles Valkyrias! ¡ no has recogido en tu seno el aliento de los guerreros para devolverles la vida!

Berbel hubiera querido saber cuál era la causa de aquella agitación, pero nadie subía a la peña, y Catalina, después de su excursión del domingo precedente, no se prestaba a moverse por todo el oro del mundo. En tal situación, la Wetterhexe iba y venía por el monte, cada vez más inquieta e irritada. Durante la jornada del sábado, los acontecimientos se desarrollaron de diferente manera.

Así es que se temían las salidas de Berbel tanto como la peste, y por todas partes se le llamaba Wetterhexe , mientras que la pequeña Catalina pasaba por ser el genio benéfico de Tiefenbach y de las cercanías. De esta manera, Berbel vivía tranquilamente cruzada de brazos y su hermana era la que tenía que ir de la Ceca a la Meca.

Wetterhexe escuchó; una ráfaga de viento acababa de oírse en el silencio de la noche, agitando los bosques seculares cubiertos de escarcha. ¡Cuántas veces la bruja había oído gemir el cierzo en las noches de invierno y ni prestó siquiera atención! ¡Pero ahora sentía miedo!

Catalina acababa de despertarse, y graznaba como cuando se solloza; Wetterhexe, más muerta que viva, observaba los movimientos del loco desde el rincón más obscuro del antro. ¡Ya han salido todos de la tierra! exclamó de repente Yégof . ¡Todos, todos! ¡No queda ninguno! ¡Ellos reanimarán el espíritu de la gente joven y le inspirarán el desprecio a la muerte!