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El ruso, que conocía á los políticos avanzados, le estaba dando cuenta de las gestiones realizadas por Jaurés para mantener la paz. Aún había muchos que sentían esperanzas. El, Tchernoff, comentaba estas ilusiones con su sonrisa de esfinge achatada. Tenía sus motivos para dudar... Pero sonó el timbre otra vez, y el español corrió á abrir, abandonando á su amigo. Un señor deseaba ver á Julio.

¡Cuánto gallo viejo sin púas, forcejeando contra el tiempo en vano, con las armas débiles de los untos! ¡Cuánto ser insípido, abriendo la boca satisfecha y marchitando con su trato insoportable a tanta mujer linda y atolondrada que busca su ideal sin encontrarlo! ¡Cuánta mamá achatada por la gente que pasa, sirviendo de mojón en los sofás de lampás crema!

Es de poco más de un palmo de longitud, de cabeza triangular achatada y cubierta toda ella de menudas escamas. La picadura, si no se acude á tiempo á cauterizarla, acarrea una fuerte calentura que termina con la muerte. Alunolang y San Diego, muy parecidas á la serpiente negra del Indostán. Su veneno es tan activo que causa la muerte casi inmediata á la picadura.

Serían las once cuando la señora Pepa se presentó en el cuarto de la tullida, enjugándose el rostro con el reverso de la mano. Sobre su frente baja y achatada, y en su grosera faz de Cibeles de granito, se advertía una preocupación, una sombra. ¿Cómo va?

Después, lanzándose hacia una carronada: ¡Muchachos! si no me equivoco, ese navío llega del mar del Sud; en esa popa corta y achatada, en ese porte, reconozco una navío español o portugués que se dirige a Lisboa, ignorando sin duda que hemos declarado la guerra a los ingleses. ¡Allá él! Pero ese perro debe tener piastras en el vientre.

Le conocerán ustedes a legua: su frente achatada se inclina al suelo, su cuerpo está encorvado, su propio pelo le abruma, sus ojos no tienen objeto fijo, ven sin mirar, y en consecuencia no ven nada claro. Cuando una causa, ajena de él, le conmueve, produce un son confuso, bárbaro y profundo, como el de las masas enormes que se desprenden en el momento del deshielo en las regiones polares.

A un lado se extiende una hilada de soportales; al otro se destaca, recia, la iglesia de sillares rojizos, con su fornida y cuadrilátera torre achatada, y enfrente, en la ringla de casas de dos pisos, corta la blanca fachada, de punta a punta, todo a lo largo, un balcón de madera negruzca, sostenido por gruesas ménsulas talladas, y encima, en el piso segundo, se destaca, salediza, una vetusta galería.