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Los pechos turgentes no pasan de ser simples tumores engañosos que disimulan la fúnebre jaula del costillaje; las piernas que nos parecen adorables columnas son agua y piltrafas que se disolverán, dejando al descubierto dos largas flautas de cal. Creemos adorar la suprema belleza, y abrazamos á un esqueleto.

Don Ciriaco pensaba zarpar al día siguiente; yo quise acompañarle hasta el barco; pero él no lo permitió. vete a estudiar a San Fernando me dijo . No pasará mucho tiempo en que seas el que te vayas y yo el que me quede. ¡Adiós, Shanti! Adiós. Nos abrazamos, él se metió en el bote y desapareció.

El Rey bajó del palanquín y yo del carro, y nos saludamos y abrazamos con mutua cordialidad. La túnica del Rey era de tisú de oro, bordada de seda de mil colores. En el bordado se representaban todas las flores del campo y todos los pájaros del aire y todas las estrellas del éter.

Por lo comun, mientras dura el sueño, no abrigamos duda sobre lo que soñamos; y abrazamos á un amigo con tierna efusion, ó lloramos desconsolados sobre su tumba, con las mismas afecciones que nos produciria la realidad. Esto es lo que vamos á examinar.

Desde por la mañana tenemos abiertos los brazos para recibir al noble huésped, y sólo abrazamos el vacío. ¿No creéis, condesa, que esta tardanza manifiesta una falta de respeto, tanto a vos como a vuestro viejo padre? EL CONDE. ¿Os calláis? , tenéis razón; cuando se trata del honor de vuestro padre, preferís callaros.

El dolor, con el cual llegamos a encariñarnos, del cual nos abrazamos perdida toda esperanza de volver a la dicha, deseosos de vivir para él, sólo para él, pasa y se va, huye y no vuelve, nos deja para que brisas de ventura, de una ventura fugaz y efímera también, venga a refrescar nuestra frente y a reanimar el desmayado corazón.

Bajó muy emocionada; nos abrazamos todos patéticamente y... camino de Italia. ¡Qué lindo viaje! ¡qué lindo viaje!-pensaba yo. Mis múltiples emociones me habían cansado y tenía sed de soledad. Dejé, pues, a mi tío entenderse con sus invitados como pudiera, tomé una capa de pieles y me dirigí hacia un sitio del parque, por el que sentía especial preferencia.

»El mal que me consumía empañaba el color de mi rostro; la frente de Teobaldo estaba surcada de prematuras arrugas, y Carlos, sin que por mi parte pudiera explicarme la causa, aparecía el más triste de todos. Con lágrimas en los ojos, nos abrazamos exclamando: »Todo ha cambiado, excepto nuestros corazones.