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Actualizado: 2 de junio de 2025


Entre la apretada fila de chumberas que se extendía detrás del banco, revoloteaban los insectos, brillando al sol como botones de oro, llenando el profundo silencio con su zumbido. Unas gallinas las del ermitaño picoteaban en un extremo de la plazoleta, cloqueando y moviendo rudamente sus plumas. Rafael se abismaba en la contemplación del hermoso panorama.

La muchedumbre era cada vez más numerosa en torno de su cuerpo y en las profundidades del bosque. El zumbido de sus palabras y sus gritos iba en aumento. Se presentía la llegada incesante de nuevos grupos. Por entre los cuatro aeroplanos inmóviles al extremo de sus cables volaban otros completamente libres, que se complacían en pasar y repasar sobre la nariz del prisionero.

Cuando el joven y el prestamista salieron, un sol radiante iluminaba la ciudad; eran las dos y un hacinamiento de carros, carruajes, caballos y transeuntes obstruía la calle y las aceras, con zumbido colosal de colmena entregada al pillaje.

Y escuchaba como un zumbido dulce sus palabras, sin saber ciertamente qué decía, embriagándose con su música, pensando al mismo tiempo en el porvenir que rápidamente se había abierto ante ella, como una salida de sol que rasga las nubes.

Y llenó la copa de Ojeda, después de una rápida discusión en la que no parecieron fijarse sus compañeros de mesa. Un zumbido de conversaciones cada vez más fuerte diluía los sonidos de la música llegados del antecomedor. El vaho de los platos, las respiraciones humanas, la radiación de las luces, iban densificando el ambiente. Maltrana, para desvanecer la contrariedad de su amigo, siguió hablando: Ese matrimonio que come dos mesas más allá, es también norteamericano: los esposos Lowe.

Al otro lado del muro sonaba un zumbido ascendente igual al de la marea. Oyó gritos, le pareció que unas voces roncas y discordantes cantaban la Marsellesa. Las ametralladoras funcionaban con velocidad, como máquinas de coser. El ataque iba á quedar inmovilizado de nuevo por esta resistencia furiosa. Los alemanes, locos de rabia, tiraban y tiraban.

De tiempo en tiempo, las bombas de palenque trataban de armar un escándalo en la atmósfera, pero en balde: diríase que era la detonación de algún vergonzante petardo, que así alteraba la amplia serenidad del ambiente, como el zumbido de un mosquito turbaría el reposo de un gigante.

Don Juan se apresuraba a apagarla para librarse de aquellos insultos que hacían prorrumpir en carcajadas al ocioso público. A medida que el tiempo transcurría, el zumbido de las conversaciones iba creciendo hasta hacerse insoportable. Los salvajes de la cazuela expresaban su impaciencia con patadas, gritos y baladres.

La vuelta a Can Mallorquí fue triste y silenciosa. Pepet abría la marcha con el bimbau en los labios, que le acompañaba en su caminata con un zumbido de moscardón.

Garabato se metió bajo un brazo un gran lío de trapos rojos, por cuyos extremos asomaban las empuñaduras y conteras de varias espadas. Al descender Gallardo al vestíbulo del hotel, vio la calle ocupada por numeroso y bullente gentío, como si acabase de ocurrir un gran suceso. Además, llegó hasta él el zumbido de la muchedumbre que permanecía oculta más allá del rectángulo de la puerta.

Palabra del Dia

rigoleto

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